Tres generaciones de una emigrante gallega asesinadas por su yerno, un empresario uruguayo

Una mujer de 69 años originaria de Malpica (A Coruña), su hija de 39 y su nieto de 14 meses

Jorge Luis D. C. P, el asesino, junto a Andrea Perrota.
Hugo Perrota, el abuelo y marido de la emigrante, muestra una imagen de su nieto.
Reconstrucción del triple asesinato en El Pinar.
El chalet donde se consumó el triple homicidio.

Con total frialdad se cambió de ropa y abandonó su chalet en La Costa de Oro, una zona residencial  cercana a Montevideo, caminando hasta la playa pasando allí toda la noche fría al borde del Río de la Plata, donde fue detenido por funcionarios de Prefectura.

Una de las tres víctimas, Marta Bellomo Garrido, fue traída a Uruguay por sus padres que emigraron en la década del 40 desde su Malpica natal. Formó su familia en el que fue su nuevo país junto a su esposo, el contador Hugo Perrota, y en la actualidad vivían en su propiedad del balneario de El Pinar en la Costa de Oro, a unos 40 kilómetros de Montevideo.
Allí la familia Perrota Bellomo era propietaria de una manzana donde además de su casa también habían construido las suyas sus hijos Daniel y Andrea, ésta última estaba viviendo con Jorge Luis D.C.P., un empresario dueño de al menos cinco taxímetros de Montevideo que le fue presentado hace siete años atrás por el propio padre de Andrea, ya que era cliente de su estudio de contador.
“Yo se lo presenté a ella hace siete años”, se lamentó Hugo Perrota ante colegas del diario El Observador de Uruguay. “Al principio era todo bandejas servidas, porque nosotros poníamos plata. Él es de guita (acaudalado) también, pero no larga un mango (peso)”, les contaba el contador en el Juzgado de la Costa de Oro, mientras espera que el juez Juvenal Javier lo llame para tomarle declaraciones.
40.000 euros desatan el infierno
Dos años después de conocerse, Andrea y Jorge Luis deciden vivir juntos, construyendo el hermoso chalet en la manzana propiedad de la familia Perrota Bellomo.
Andrea, con 39 años de edad, era grado 3 en la Universidad de la República y trabajaba como cirujana en las mutualistas Española, Comeca y Sanatorio Americano. Justamente el 9 de julio pasado habían inaugurado también el Caracalla Spa, un centro de relax y recuperación física en la manzana propiedad de su padre en El Pinar.
El esposo de Marta, aún atormentado por lo vivido recordó que su hija viajó en el 2011 a Alemania a realizar un posgrado, y al regresar le comienza a crecer su panza. “Después que quedó embarazada, él quería que se lo sacase”, cuenta explicando que “mi hija dijo que no, y ahí empezaron los problemas”.
“Al nene nunca le compró un par de medias ni un chupete. No quería saber nada con él”, se lamenta indicando que después del nacimiento del pequeño hace 14 meses la relación de la pareja se deterioró: “ella dormía en el segundo piso y él abajo”.
“Mi mujer le lavaba la ropa y se la planchaba. Los gastos de toda la casa los pagaba mi hija”, recuerda el esposo de Marta Bellomo a horas de la tragedia del domingo 5 de agosto.
Seguramente todo comenzó a calentarse aún más cuando el jueves 2 -tres días antes del crimen- Andrea fue a la seccional policial a radicar la denuncia contra su compañero por violencia doméstica. Luego se fue a la casa de sus padres con su hijo, donde les dijo que él no se quería marchar de la casa y contó lo ocurrido contra su integridad física.
El domingo discutieron de nuevo y allí le propuso recibir 50.000 dólares, unos 40.000 euros, para marcharse, aduciendo que era lo que había puesto en la construcción de la casa. Sin embargo, Andrea junto a sus padres, Marta y Hugo, pasaron toda la tarde del domingo sacando cuentas porque según Hugo él no había gastado ese dinero en el hogar.
“Es un monstruo”
A las 18.30 del domingo, Andrea fue con el bebé a su casa para buscarle ropa para cambiarlo, pero a los pocos minutos suena el teléfono en la casa de al lado, donde la emigrante gallega le atiende e inmediatamente corta.
Su esposo, Hugo, le interroga si pasa algo, y Marta le responde que la llamaba su hija pero que él no fuera. Evidentemente procurando que no se desatara la violencia en la casa de su hija.
Hugo continuó mirando el informativo dominical nocturno y no escuchó los gritos de su esposa, pero su hijo Daniel sí los oyó y fue corriendo a la casa de su hermana encontrando una escena que jamás podrá olvidar. Su hermana tirada en el piso ensangrentada y totalmente desmayada con su hijo degollado, en tanto Marta, sentada en una silla chorreaba sangre pero le repetía: “es un monstruo, salva a tu hermana, yo estoy bien”.
Daniel llamó por teléfono a un vecino, Martín, que se hizo presente rápidamente y le dijo que él se encargaba de Andrea y el bebe, en tanto la emigrante de la Costa da Morte cruzó junto a su hijo caminando el jardín interior hasta llegar al auto que estaba en su garaje. Lamentablemente llegaría a la policlínica de la mutualista Española donde los médicos realizaron todos los esfuerzos pero a los pocos minutos falleció repitiendo “es un monstruo” refiriéndose al múltiple asesino.
Mientras tanto, otro vecino fue a buscar a Hugo, quien llegó a la casa armado con un revólver 9 milímetros, pero solo se encontró con charcos de sangre y el cuerpo de su hija ya sin vida. “Si yo iba antes, no pasa esto”, murmuraba en el juzgado. El pequeño también moría en el hospital de Lagomar. “Sentí que el bebé todavía estaba caliente” cuenta Martín que nunca se imaginó vivir aquel infierno.