Nadal mordió por tercera vez una de las asas de la Copa de los Mosqueteros, señal inequívoca de triunfo, al derrotar en tres horas y diez minutos a Federer por 6-3, 4-6, 6-3 y 6-4, sumiendo al genial jugador de Basilea en una tremenda decepción que su cara no pudo ocultar.
El cheque por un millón de euros no es el principal premio de Nadal, el más joven tricampeón de los siete que hay en la historia de Roland Garros. Vencer a Federer, cuyo objetivo declarado era ganar este año en el Abierto Francés fue la constatación de que, ante el que para muchos es el mejor jugador de la historia, el de Manacor se crece y le tiene tomada la medida y arrancada la moral.
A pesar de haberle ganado en el último partido, en la final del Masters Series de Hamburgo, cortando su racha de 81 victorias consecutivas en tierra, con un 6-0 en el último set, Federer no quería a Nadal en la final.
Lo dijo al llegar a semifinales. No quería sufrir. No quería desquiciarse, ni amargarse. No quería sentir de nuevo la sensación de decepción que sufre en París cada vez que intenta una corona que le es esquiva y se le pone cada vez más lejos de su alcance por culpa del de Manacor.
El uno de agosto cumplirá 26 años y cuando regrese a París la próxima temporada estará cada vez más cerca de la treintena. Federer sabe que las fuerzas disminuirán entonces y que será aún más complicado. De ahí la gran importancia de la victoria de Nadal y su futuro en el Grand Slam de tierra, donde puede alcanzar al mismo Borg, con seis victorias, como el sueco ha determinado ya.
El partido murió en las bolas de rotura que dispuso el suizo en el primer set. Diez en total. Federer y Nadal saben que a más de tres sets, la ventaja es del español que termina agotando la sutileza del suizo y su genial repertorio. Y en esas oportunidades se ahogó el suizo.
Nadal cansa, agota, desquicia y luego vence. Su golpe de derecha, botando a casi dos metros de altura, anuló los destellos de magia de Federer, sumido hoy en el “síndrome de Davydenko”, el jugador ruso que dispuso de 17 ocasiones para romperle en semifinales y solo consiguió tres.
El español se dejó escapar el segundo set cuando a los 80 minutos de partido, Roger encontró por fin el oasis de la rotura en el séptimo juego. Entonces el público bramó aún más y la pista Philippe Chatrier se convirtió en un solo grito “¡Roger, Roger, Roger!”.
Pero después Federer se tuvo que rendir a la evidencia. Sus fuerzas fueron descendiendo y la solidez de Nadal no bajaba. Le llamaron “Toro”, “torero, torero”, y hasta los jugadores de rugby del Stade de Francia, ganadores del campeonato, que lucieron su escudo de triunfadores en la grada, reconocieron su triunfo.
Nadal apuntilló a Federer a la primera oportunidad e ingresó en un grupo ahora ya de siete jugadores que han ganado en París tres veces: Bjorn Borg (SUE), seis veces; Henri Cochet (FRA), cuatro; René Lacoste (FRA), tres); Mats Wilander (SUE), tres); Ivan Lendl (CZH), tres; y Gustavo Kuerten (BRA), tres.
Luego, escaló las gradas para felicitar a su tío y entrenador, Toni Nadal, a todos sus familiares y al presidente del Real Madrid Ramón Calderón, a los que tiznó con la tierra de la central. Después bajó a saludar al príncipe Felipe, quien tras la ceremonia acudió a los vestuarios a charlar más tranquilamente con el campeón.