Con la ley en la mano

¿Para qué sirven las leyes?

Por Ricardo Martínez Barros

La simbología de los mundos no anda desacertada cuando emite gritos de desesperación frente a la barbarie de unos locos que se están cargando los vestigios de nuestra civilización, destrozando todo lo que huela a pasado, como si el pasado pudiese arrancarse separándolo del presente, y como si la Historia y las Civilizaciones se hubiesen construido con láminas y cuentos superpuestos. Por mucho que se lancen martillazos contra el toro alado de los asirios, contra el Código de Hammurabi, las Tablas de la Ley de Moisés, las Leyes de Solón o el Corpus Iuris Civilis de Justiniano, siempre habrá necesidad de legislar porque “es conveniente disciplinar a los malos, y evitar que el fuerte oprima al débil”. Para eso sirven las leyes.

Leo estos días, con preocupación, que 11.426 andaluces solicitaron la documentación para votar en los comicios autonómicos, que de Venezuela sólo ha llegado una solicitud de voto y que la población española residente en el extranjero alcanza los 2.183.043. ¿Tanto legislar para alcanzar estos resultados?

Leo más abajo que un Tribunal Superior de una Comunidad Autónoma se cansa de dictar sentencias condenatorias contra la Agencia Tributaria gritándole “que los retornados no tienen por qué declarar sobre las pensiones recibidas en el pais de trabajo hasta 2013”.

Estoy ansioso por conocer los datos de los votos válidos de los emigrantes en esta y en las posteriores elecciones que se van a celebrar a lo largo del año 2015. Ya adelanto que va a ser un fiasco, sin responsables que asuman tal desaguisado, porque los fracasos siempre son hijos de madres anónimas. Nos han programado para que no escuchemos, y solo obedezcamos a un sinfín de mantras que retuitearemos para satisfacción de los que se niegan a disciplinar a los malos y a evitar que el fuerte siga oprimiendo al débil. Y si es así nos preguntamos ¿para qué sirven las leyes?

Haría bien el actual Gobierno, o el que le suceda, en asumir, primeramente, que el mundo de la emigración, con demasiadas leyes sectoriales para su regulación, sufre un grave problema de análisis, organización y proyección. Pero no lo echemos la culpa a un determinado gobierno, cuando los que enarbolan banderas del “progresismo” y los que dicen que sí se pueden aplicar “pócimas” de salvación, sólo se sumergen en el mundo de la emigración para robar una sonrisa y justificar un viaje pagado a la “nada”. No sé si las Comisiones Interministeriales sirven para algo. Pero, en este caso, me inclinaría por apostar que si las mismas se nombran, se nutran y apoyen en las preclaras mentes que tiene que haber entre los más de dos millones de emigrantes españoles, a los que habría que concienciar que su problema sólo puede ser analizado y solucionado desde la experiencia y capacidad de reacción que tienen los que lo sufren.

¿Para qué sirven las leyes? Para disciplinar a los malos y evitar que los fuertes opriman a los débiles. Sí, sí ya sé que es un mantra que se vienen repitiendo desde mucho antes que Solon suavizase las terribles leyes draconianas. Pero, aunque sea sólo por esta vez, yo no dejaría que el martillo siga avanzando en la destrucción de los valores que permiten seguir discutiendo si las leyes sirven para algo. ¿O no?