Con la ley en la mano

Lo estamos haciendo muy mal

Por Ricardo Martínez Barros

Releo los artículos 79 y 80 del Tratado de Funcionamiento de la UE, sobre la inmigración y los principios de solidaridad y equilibrio que proclama frente a un fenómeno que es consustancial a la existencia del ser humano. Y también me detengo a analizar lo que significa para el legislador español lo de “velar especialmente por la salvaguarda de los derechos económicos y sociales de los emigrantes españoles” (art. 42 de nuestra, hasta ahora vigente, Constitución de 1978). Y me da la sensación que, en uno y otro escenario, estamos perdiendo mucho tiempo en no querer abordar el problema de la migración con seriedad e intensidad. Desde el Tratado de Lisboa de 2009 pasando por el Programa de Estocolmo, también de ese mismo año, en donde se habla “de una Europa abierta y segura que sirva y proteja a los ciudadanos” hasta la Propuesta presentada por la Comisión Europea de 23 de abril de 2015 y las posteriores “orientaciones” que la misma publicó el 6 de abril de 2016, no oigo más que gritos de humo en un escenario que puede reventar en cualquier momento.

Los Organismos Internacionales están alcanzando tal grado de inoperancia e ineficacia al abordar los problemas que la sociedad actual demanda que uno se pregunta si no sería mejor que se conviertan en ONGs para evitar tener que sustentarlos con nuestros impuestos. Pensemos en el triste espectáculo que está dando la ONU en el desastre humano de Haití. ¿No hay alguien capaz de liderar un movimiento que haga concienciar, primero, y ejecutar después, alguno de los programas que permitan acabar con tanta ineficacia e hipocresía funcionarial?

En la Historia de la Humanidad tanto las invasiones como las revoluciones no son más que el efecto y consecuencia de esa inoperancia en los sistemas corruptos y en las culturas decadentes. Y, a lo mejor, no estaría mal que en vez de políticos rigiendo los destinos de los pueblos, nombrásemos a historiadores que nos alertasen del peligro que nos acecha para no repetir errores del pasado.

Los emigrantes, mientras estén fuera y nos manden divisas, y no intervengan en los asuntos públicos a través de su voto, mejor. Y los refugiados, mientras se asienten en otros países y se les encierra en lugares o zonas controlados, nos liberan de ser solidarios. Pero este escenario puede reventar en cualquier momento. ¿Hacemos algo, aparte de gritar? Nada o muy poco. Así que seguiremos destripando opiniones, doblando nuestra cerviz al paso del ídolo futbolero o rapero, y ahogando la rabia en el nuevos Templos de Dioses en que se han convertido nuestros estadios y macrodiscotecas. Y todo esto, que es muy plausible y recomendable, ¿resuelve este problema en el que tan mal lo estamos haciendo?