La maletas ya no son de cartón

Por Juana María Sánchez Pérez, presidenta de la Federación Española de Asociaciones de Emigrantes Retornados

La presidenta de la Feaer, Juana María Sánchez.

«¡Qué triste resulta el conformismo de disfrazar la realidad social de que nuestros jóvenes se tienen que marchar para buscar lo que aquí no encuentran, por el mero hecho de haberlas cambiado por ordenadores portátiles de alta tecnología!

No me voy a resignar, no quiero tener el más mínimo reparo y menos aún prejuicio, en llamar a las cosas por su nombre. ¡Cuánto me entristece comprobar las connotaciones negativas que tienen algunas palabras, algunas tan hermosas como EMIGRACION, para que seamos capaces de invertir tanto y tan mal empleado ingenio en buscar alternativas que nos impidan pronunciar la palabra malsonante, que asociamos a un pasado aún sin asumir.

Nos estamos acostumbrando a escuchar lo de “fuga de cerebros”, “búsqueda de oportunidades” e incluso ahora la más sofisticada, rebuscada y patética: “ciudadanos laborales en el exterior”. Y esto me produce una profunda tristeza.

Llevo con orgullo haber sido EMIGRANTE, que mi padre decidiera un día hacernos EMIGRANTES a toda la familia y mostrarnos un camino de dignidad del que sólo puede emanar orgullo, sobre todo cuando se valoran los sentimientos y uno se empeña en sacar provecho de todos los caminos por los que ha transitado.

Se están marchando cada día más jóvenes, aunque aún no se disponen de datos estadísticos fiables. Todavía no sabemos cuántos están verdaderamente interesados, cuántos lo confunden con aventuras respaldas por los bolsillos de papa o de mama, cuántos sienten simple curiosidad y después ya se verá. Pero se están marchando cada día. Me pregunto qué importa que ahora las maletas no sean de cartón. Donde sea llevan los enseres, las ropas, retazos de sus cortas vidas y sueños, sueños, muchos sueños. Es decir, exactamente lo mismo que metió mi madre en aquella maleta de cartón amarrada con sogas allá por los años 60. La diferencia solo está en nuestro imaginario colectivo.

Como va a ser lo mismo. ¡Por Dios! Los padres, los abuelos fueron EMIGRANTES pero los nietos no, los nietos no pueden ser algo con tan mala imagen y demasiado confundible con INMIGRANTES. Y eso, ahora, en esta España que ha derrochado y presumido de bienestar no lo vamos a consentir.

Las historias de los abuelos que también se vieron obligados a EMIGRAR nunca han interesado a nadie. Dicen que nada que ver con las de nuestros hijos, porque éstos últimos llevan ordenadores, son titulados, inquietos y tan modernos como el resto de jóvenes europeos, les sobra preparación, no cometamos la injusticia de compararles con aquellos pobres e incultos, hacinados en trenes de madera, huyendo de las miserias y del hambre.

En estos largos años de trabajo diario, escuchando historias de los que se fueron y han regresado decenas de años después, la vida me ha mostrado demasiados casos de vergüenzas por reconocer que un familiar, cuanto más cercano peor, se marchó a levantar aquella Europa que necesitaba mano de obra. Y para colmo, retornó pobre en dinero, algo más abierta la mente, con la salud mermada y habiéndose perdido la evolución del pueblo en el que nació. Ahora no se necesita mano de obra, ahora se necesitan profesionales, científicos, jóvenes formados, talentos en una palabra ¡cómo podemos confundirles con EMIGRANTES!

Se despedirán de la familia en la terminal del aeropuerto, ya ves, con lo familiarizados que están con los viajes, mandarán inmediatamente un SMS para decir que han llegado bien y mañana ya les podremos ver por la webcam. Pero si nos cuentan la verdad, nos dirán que ya no están en su país, que les ha costado entenderse con la casera y con los compañeros con los que van a compartir vivienda. Que se han sentido extraños porque desde ese mismo día todo les resulta extraño. Que al deshacer el equipaje se han dado cuenta de que había muy poca España en lo que han llevado. Y que se han aguantado unas ganas absurdas de soltar alguna que otra lágrima.

Porque a pesar de tanto como han cambiado los tiempos, ellos también acaban de convertirse en EMIGRANTES. Tendrán mejores trabajos, qué duda cabe, muchos, la mayoría aprovecharán y demostraran por qué les reclaman países tan avanzados como Alemania, países nórdicos, Estados Unidos, Dubái, encontrarán la recompensa de unos sueldos dignos que les hagan sentir que ha merecido la pena el esfuerzo para los títulos académicos, las licenciaturas, los máster, y poco a poco se irán aclimatando, al fin y al cabo a todo se acostumbra uno, y los jóvenes están tan preparados hoy en día (Internet, redes sociales).

Pero, como los padres, como los abuelos, se estremecerán cuanto escuchen hablar de España, de su ciudad, echarán de menos comidas que aquí ya les parecían demasiado caseras y, sobre todo, sobre todo, cada noche pensarán que la familia, que los amigos de siempre están demasiado lejos y que sí, que lo virtual está muy bien, pero ¡qué bien vendría ahora una cervecita fresquita, en una terraza a pleno sol y esa tapita de jamón!

Y a esto que padeció el abuelo, que vivió el padre, a esto que he sentido yo, esto que marca la vida de quien se marcha a buscar la oportunidad de trabajo, de superación, de reconocimiento, en definitiva de la dignidad que no le brinda su país. Esto, señores, se llama nostalgia, se llama desgarro, se llama añoranza o, si queremos llamar las cosas por su nombre, se llama EMIGRACION, sin eufemismos.

Reconozcámoslo, pese a quien pese, nuestros hijos son y serán EMIGRANTES. Es cierto que en muy corto espacio de tiempo se está repitiendo la historia y España ha vivido durante unos cuantos años un espejismo de prosperidad. Es posible que se hayan hecho las cosas tan mal que esto nos esté llevando a ser de nuevo un pueblo EMIGRANTE.

Aunque ahora las maletas ya no sean de cartón».