La Caja de las Letras, un rincón que conserva la memoria de nuestra cultura

El Instituto Cervantes guarda legados cedidos desde 2007 por una veintena de personalidades de España e Hispanoamérica

Entrada a la Caja de las Letras, antigua cámara acorazada del edificio que hoy alberga la sede central del Instituto Cervantes.
Elena Poniatowska, último premio Cervantes, muestra junto a Víctor García de la Concha parte de su legado: la pulsera de latón que llevó su padre en la Segunda Guerra Mundial.

El Instituto Cervantes guarda en los sótanos de su sede central en Madrid un peculiar tesoro que muy pocos han tenido la oportunidad de visitar: la Caja de las Letras. Se trata de un singular espacio que custodia los legados depositados por una veintena de personalidades de la cultura en español, relacionados con su vida y su obra. Escritores, artistas, compositores y otros nombres propios de nuestra cultura han cedido desde 2007 objetos que el Cervantes preserva bajo llave en la cámara acorazada del centenario edificio que albergó durante décadas -desde el año 1918- diversas entidades bancarias.
La Caja de las Letras, que cuenta con más de mil cajas de seguridad, está dedicada hoy a conservar la memoria cultural de España e Hispanoamérica. Por ella han pasado todos los autores galardonados con el Premio Cervantes de Literatura en los últimos ocho años: Antonio Gamoneda, Juan Gelman, Juan Marsé, José Emilio Pacheco, Ana María Matute, José Manuel Caballero Bonald, Nicanor Parra y Elena Poniatowska. La entrega de un legado por parte de un premio Cervantes se celebra siempre en abril, en los días previos o posteriores a la solemne ceremonia en la que éste recibe de manos del Rey el máximo galardón de las Letras españolas.
A los autores mencionados se suma además Francisco Ayala, premio Cervantes en 1991, quien -cuando contaba con cien años de edad- inauguró la Caja de las Letras guardando en la caja número 1.000 un legado que no desveló.
La última premio Cervantes, la mexicana Elena Poniatowska, dejó el pasado 21 de abril objetos especialmente valiosos para ella: una vieja pulsera de latón que su padre llevó como combatiente en la Segunda Guerra Mundial, una primera edición de su libro ‘La noche de Tlatelolco’ (1971) y tres manuscritos de sus primeros pasos como periodista en los años cincuenta.
La autora de ‘La piel del cielo’ no ha sido la única que ha visitado en 2014 la Caja de las Letras. El pasado mes de junio el compositor Luis de Pablo depositaba una partitura inédita: una breve pieza musical sin nombre, que tiene elementos en común con una ópera que está componiendo con libreto del escritor Vicente Molina Foix, quien participó en el acto. Lo más sorprendente es que De Pablo pidió que la caja se abra cuando él muera, y que dicha pieza se interprete entonces por primera vez.  El mundo de música cuenta con varios representantes más en la Caja de las Letras. El compositor y director de orquesta Cristóbal Halffter cedió en 2009 las grabaciones del concierto ‘Don Quijote’, basado en su ópera homónima, y de su ópera ‘Lázaro’, así como parte de la partitura original de esta obra.
La bailarina Alicia Alonso, fundadora del Ballet Nacional de Cuba y una de las grandes figuras de la danza clásica en el siglo XX, dejó en 2008 un manuscrito, entre otros objetos. La coreógrafa fue la primera personalidad de la cultura hispanoamericana invitada a ceder un legado. El bailarín, coreógrafo y maestro de la danza Víctor Ullate depositó en 2011 un chaleco con el que interpretó ‘El Madrid de Chueca’ con el Ballet Nacional en 1982; un reloj que perteneció a su abuelo y un anillo de su padre: tres objetos muy personales, dijo, que simbolizan el tiempo físico, el tiempo mental y la parte emocional de su vida.
La ciencia española está representada por la investigadora Margarita Salas, bióloga molecular de prestigio internacional, quien depositó en 2008 un legado “muy querido”: el primero de los protocolos o cuadernos con las investigaciones genéticas que realizó en Nueva York por encargo del premio Nobel de Medicina Severo Ochoa, con quien trabajó entre 1964 y 1967.
El cine entró en la Caja de las Letras en 2008 de la mano del director y guionista Luis García Berlanga. Fue este uno de los últimos actos públicos del creador de ‘Bienvenido, Míster Marshall’, postrado en silla de ruedas. Su hijo Jorge especuló con que el legado podría contener “un guión, unas memorias o un mensaje demoledor a la Humanidad”.
El actor Manuel Alexandre dejó en 2009 el premio TP de Oro Especial con el que había sido distinguido una semana antes por su larga trayectoria cinematográfica, que comenzó en 1947 y se plasmó en más de 300 películas. La actriz y directora escénica Nuria Espert no desveló lo que depositó en 2011, aunque dijo que se trata de “una cosa muy sensible y entrañable para mí, que tiene un significado más espiritual que profesional”. Tampoco se conoce el legado del artista Antoni Tàpies en 2007, quien, ya enfermo, estuvo representado por su hijo Miquel Tàpies, director de la Fundación que inmortaliza su obra.
Premios Cervantes
En cuanto a los premios Cervantes mencionados, Ana María Matute, recientemente fallecida, depositó en 2009 una primera edición de su célebre novela ‘Olvidado Rey Gudú’. “¿Qué puedo dejar si no es un libro? La literatura es mi vida”, explicó la escritora y académica. Caballero Bonald donó el original de un libro poético con dibujos y anotaciones, una agenda personal y otros documentos relacionados con su obra literaria. Del mexicano José Emilio Pacheco se guardan varios manuscritos, dos libros y otros objetos.
Juan Marsé mantuvo el secreto sobre su legado, si bien apuntó -probablemente con ironía- que “contiene el secreto de la escalibada” (plato típico de Cataluña). Tampoco el argentino Juan Gelman explicó el contenido y solo apuntó que dejaba un antiguo pergamino. Antonio Gamoneda se limitó a explicar lo siguiente: “Los poetas somos profesionalmente pobres, así que no traigo joyas ni grandes cosas valiosas. Pero tenemos nuestros pequeños misterios, y algo de eso es lo que ha quedado encerrado”.
Igualmente se desconoce qué legó Nicanor Parra, a quien sustituyó su nieto Cristóbal Ugarte, ya que el estado de salud del poeta chileno le impidió desplazarse a España a recoger el Premio Cervantes de 2011.
Otros dos escritores que no cuentan con Premio Cervantes también “perviven” en la Caja de las Letras: Carlos Edmundo de Ory, poeta de culto y uno de los autores vanguardistas más singulares; y el apenas conocido Aliocha Coll (1948-1990), que entró en los sótanos acorazados del Instituto gracias a Carmen Balcells. La prestigiosa agente literaria sorprendió en 2011 al depositar documentos y fotos de este médico, dibujante y autor, cuya obra “excepcional, innovadora y poliédrica” reivindicó.
Años de espera para abrirlas
La caja de seguridad que utilizó Balcells ha sido hasta ahora la única que se ha abierto. Todas las demás esperarán años, lustros o incluso más de un siglo hasta que se cumplan las fechas de apertura elegidas por sus protagonistas.
La caja de Víctor Ullate será la última -por ahora- que se abrirá, ya que eligió el año 2161 (una espera de 150 años). José Emilio Pacheco ordenó que se abra en 2110, fecha en la cual los instrumentos de escritura que ahí dejó serán vistos “como vestigios hallados en una cueva de la Prehistoria”.
En 2064 se abrirá la caja de Nicanor Parra; en 2057 la de Francisco Ayala; en 2050 la de Juan Gelman (“Espero no estar para cuando se abra”, bromeó); y en 2032 la de Gamoneda, quien dijo que confía en abrirla personalmente.
Otros eligieron como fecha de apertura el centenario de su nacimiento: Manuel Aleixandre en 2017, Berlanga en 2021, Nuria Espert en 2035. La excepción a todos los demás la estableció Luis De Pablo, que pidió que se abra cuando fallezca. Ha sido el único invitado que cede un legado sin más fecha concreta de apertura que la propia muerte.