José Manuel Monteagudo Ferreiro

Semblanza de un gallego desaparecido durante la dictadura argentina

Abrimos en nuestra publicación, como anticipo de la obra, una serie de capítulos resumidos con historias de emigrantes que se recogen en las páginas de este trabajo.

(Anticipo del libro &#145Gallegos víctimas del genocidio argentino&#146).
José Manuel Monteagudo Ferreiro nació el 24 de febrero de 1945 en la aldea de San Andrés de Cesar, Ayuntamiento de Caldas de Reis, provincia de Pontevedra. Sus padres, José Monteagudo Brey y Aurora Ferreiro Cascallar eran labriegos. José Monteagudo había participado de la Guerra Civil y tenía ideas anarquistas. Con el nacimiento de José Manuel, sus padres, que ya tenían una hija llamada Laura, deciden emigrar ya que las perspectivas de aquellos años no eran muy buenas.

Buenos Aires sería el destino de esta familia emigrante. Los primeros tiempos fueron muy duros, como en la mayoría de los casos había que trabajar de sol a sol para sostener a la familia. Se asentaron en la localidad de Bernal, ubicada a mitad de camino entre la ciudad de La Plata y Capital Federal, donde instalaron una pequeña fábrica de hombreras para sacos.
Pese a la precaria situación económica que atravesaban, los padres de José Manuel lo enviaron a estudiar. Luego de cursar la escuela primaria y secundaria, decidió seguir la carrera de Geología en la Universidad Nacional de La Plata y tomaba clases en el Museo de Antropología. Al principio iba y venía desde Bernal hasta La Plata.
En 1973 conoció a Laura Cedola, quien estudiaba Antropología en el Museo. El amor nació entre ellos y poco tiempo después, el 5 de enero de 1976 contrajeron matrimonio. Laura tenía 20 años y José Manuel 30. “Cuando Laura y Manolo, como le decíamos, decidieron casarse él entró a trabajar como operario en el astillero Río Santiago de la localidad de Berisso, cerca de La Plata. Manolo militaba en una agrupación política de izquierda que luchaba para defender los derechos de los trabajadores navales y tenían contacto con organizaciones de operarios de otros astilleros y de diferentes empresas”, dice Julio Cedola, hermano de Laura. “En cuanto a mi hermana, ella era una defensora de los derechos de los jóvenes universitarios, trabajaba en los grupos de lectura con otros estudiantes que querían leer e ilustrarse”.
Tras casarse alquilan una casa en La Plata, &#145la casa de 30&#146 porque estaba ubicada en la calle 30. Tiempo después se va a vivir con ellos uno de los hermanos de Laura, Jorge y su esposa Adriana, amiga de la infancia de Laura.
El recuerdo de esos años de juventud y sueños comunes conmueven a Adriana, quien pese a su simpatía y buen humor, siente que se le estruja el alma al revivirlos. “Era una casa antigua que tenía una huerta y a Manolo le encantaba cultivarla y cocinar para todos. Además le gustaba la fotografía, llevaba la cámara a todas partes y siempre estaba tomando fotos de flores y de situaciones que a él le parecían interesantes. Los fines de semana íbamos a la casa del padre de Laura y Jorge en Palo Blanco, Berisso. La vivienda estaba rodeada por un bosque, teníamos una canoa y compartíamos momentos maravillosos en contacto con la naturaleza”.
La Plata, una ciudad arrasada
A finales de 1976 la represión en La Plata era sangrienta. Fue una de las ciudades argentinas más castigadas por la dictadura. La zona estaba controlada por el jefe de Policía de la Provincia, Ramón Camps, y su mano derecha era el director de Investigaciones, Miguel Osvaldo Etchecolatz (quien fue condenado en un fallo histórico el 19 de septiembre de 2006 por el Tribunal Oral 1 de La Plata a la pena de reclusión perpetua por delitos de lesa humanidad en el marco del genocidio que tuvo lugar en Argentina entre 1976 y 1983, siendo la primera vez que se utiliza la figura legal de genocidio en los juicios por violaciones a los derechos humanos en este país).
Etchecolatz aparece como el máximo responsable del llamado &#145Circuito Camps&#146, integrado por al menos 29 centros clandestinos de detención distribuidos en nueve partidos del conurbano bonaerense y de La Plata regenteados por la Policía bonaerense durante la dictadura. Etchecolatz sembró el terror en esos campos de concentración y se lo señala como el responsable, entre cientos de desapariciones, de organizar la denominada &#145Noche de los Lápices&#146, que ocurrió el 15 de septiembre de 1976 cuando un grupo de nueve estudiantes secundarios fue secuestrado por reclamar el boleto estudiantil, la mayoría pertenecía a la Unión de Estudiantes Secundarios (UES). De éstos, seis se encuentran desaparecidos.
La Universidad de La Plata fue otro lugar donde los represores actuaron con un ensañamiento pocas veces visto. Se estima en alrededor de 800 estudiantes desaparecidos, especialmente del área de Humanidades. También se secuestró a muchos operarios del astillero Río Santiago. Otro ámbito diezmado por la represión fue el deportivo, sólo el club de rugby se cuentan 17 integrantes del plantel superior víctimas de la dictadura.


La fatalidad se abatió sobre Manolo y Laura

“Después del golpe la situación se había vuelto insostenible -dice Adriana- habían desaparecido varios amigos nuestros, yo dejé la carrera de Psicología porque era una de las facultades más castigadas por el Gobierno de facto. También habían secuestrado a compañeros de Laura y Manolo, por eso los cuatro decidimos hacer un viaje al sur del país con la idea de irnos a vivir allá. Compramos entre todos una citroneta, partimos en enero del 77 y llegamos hasta Carreleufú, al lado de la Cordillera de los Andes. A Jorge, que estudiaba Medicina, le habían ofrecido trabajar en una salita de primeros auxilios y yo iba a desempeñarme como maestra. Manolo y Laura estaban contentos con el lugar pero seguimos viaje hasta Cipolletti, en la provincia de Río Negro para alejarnos más de La Plata, y esa ciudad nos gustó más. Fue un viaje emocionante y regresamos a La Plata a principios de febrero de ese año, Laura estaba embarazada y quería tener a su hija en un centro de salud con los cuidados pertinentes. Nosotros partimos hacia Cipolletti en marzo y acordamos con Laura y Manolo que ellos viajarían en junio, después de que la nena naciera. El 25 de mayo de 1977 vino al mundo Ana Lucía y nosotros estábamos esperándolos pero nunca llegaron”, recuerda con profunda pena.
El 22 de junio de 1977 la sombra de la tragedia se abatiría sobre la casa de la familia Cedola, en la calle 18 entre 43 y 44 de La Plata. “Cuando secuestraron a Laura y Manolo ellos estaban viviendo en la casa de mi padre. Esa madrugada habíamos regresado del cumpleaños de una amiga mi papá, mi hermana y su marido y mi novia (actual esposa) y yo. Personal de la Brigada de Infantería de Marina tocaron el timbre mientras estábamos durmiendo y cuando abrí la puerta preguntaron por Laura Cedola, me dijeron que querían interrogarla. Entraron violentamente varios hombres con armas de grueso calibre, y nos pusieron a todos contra la pared, era un allanamiento. Buscaban a mi hermana pero Manolo comenzó a defenderla para impedir que se la llevaran, le dijeron que se callara porque lo iban a llevar a él también. Mi padre estaba en el dormitorio, él era oficial de Marina y recuerdo la discusión que mantuvo con estos hombres que eran subalternos, pero ellos le ordenaron que se callara. Luego de dos horas de tensión, detuvieron a Laura y a Manolo; mientras se los llevaban mi hermana le gritaba a mi padre: &#145Decile quien sos, decile quien sos…&#146 pero él no podía hacer nada porque lo tenían encañonado en el dormitorio, y así los secuestraron, dejando a su hijita de 27 días huérfana”, rememora Julio.
“Unos días después acompañé a mi papá a entrevistarse con el almirante Emilio Massera, comandante en jefe de la Armada e integrante de la Junta Militar. Ambos habían cursado la carrera militar juntos. Él lo recibió conmovido y le dijo: &#145¡Pachín! ¡Qué desgracia! No te preocupes, esos son unos perejiles, vamos a ubicar a tu hija y a tu yerno inmediatamente, llamaré a Camps, que está en La Plata&#146. Pero todo fue mentira, nunca nadie hizo nada, jamás supimos de ellos, a mi padre sus amigos de la Marina le cerraron todas las puertas. Tiempo después Silvia Gucci, una ex detenida, dijo haber visto a Manolo en el campo de concentración La Cacha, ubicado en la localidad de Lisandro Olmos, cerca de La Plata. Por su parte, Patricia Rolli, que estuvo en ese lugar prisionera afirmó que allí también estaba Laura. Ambas los vieron entre el 22 de junio y el 8 de julio de 1977”. Y agrega: “A Ana Lucía, hija de Laura y Manolo, la crió una hermana de mi padre, que con el tiempo la adoptó y la alejó de nosotros. Hoy se llama Ana Lucía Altavista. Los padres de Manolo sufrieron mucho con la desaparición de su hijo. El padre falleció, su madre vive actualmente en España y su hermana en Italia, donde está casada y tiene una hija adoptiva”.
Por último, Julio asegura: “Aplicando la doctrina de la Seguridad Nacional, los militares actuaron como un ejército de ocupación en sus propios países, apoyados por las multinacionales y operando como brazo armado del FMI para instalar en el país un modelo económico, que con algunas variantes, fue impuesto en varios países latinoamericanos. Fue un exterminio, ¿y a quien le interesaba? A toda la oligarquía argentina, sin mucho dinero esto no se podría haber realizado”.
Julio Cedola prestó declaración testimonial el 24 de mayo de 2000 ante la Cámara Federal de Apelaciones de La Plata en la causa judicial que se sustenta por el secuestro y desaparición de Laura y Manolo.

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