Mientras el Barcelona salió a por todas en el minuto 1, el Sevilla, que parecía más pendiente del partido de vuelta de la previa de la Champions que debía jugar tres días después contra el Sporting de Braga, se dedicó a especular con su ventaja o, sencillamente, no pudo dar la cara en el partido.
Antonio Álvarez lo fió a un equipo de músculo y contención con una delantera improbable: Negredo y Alfaro, dejando en el banquillo a Luis Fabiano, que saltaría el campo en el minuto 62. Demasiado músculo y poca luz más allá de las contadas intenciones de Navas, desasistido y retrasado.
Después de la alineación de circunstancias del partido de ida, sin los internacionales y con cuatro jugadores del filial, el Barça presentó un once de gala, con Valdés en la portería, Piqué en el eje de la defensa, Busquets como escoba y Xavi como varita mágica,
Con todo, Guardiola sorprendió dejando en el banquillo a Villa, que salió en la segunda parte, e Ibrahimovic, que no llegó a jugar. La delantera azulgrana estuvo formada de salida por Pedro, Messi y Bojan. Puyol e Iniesta tampoco jugaron de inicio.
Pedro fue precisamente el autor de la gran jugada que terminó con el gol que inauguró el partido, que terminó marcándoselo en propia puerta Konko en el minuto 13. Los tres goles de Messi llegaron en el 24, el 43 y el 90. El último, después de una asistencia de Villa, fue el broche de oro para el partido y la demostración de que el asturiano encaja como un guante en el esquema de Guardiola y rodeado de Iniesta, Messi y Xavi.
El partido supuso además el estreno en el palco del Nou Camp en partido oficial del nuevo presidente culé, Sandro Rosell, que tuvo como invitado, además de al presidente sevillista, al titular de la Federación Española de Fútbol, José María Villar.
El Barcelona sigue ahí, con el hambre y el estilo fuera de discusión y armado otra vez hasta los dientes para una temporada que ya está abierta y que promete otra vez emociones salvajes.