Juan María López Aguilar, dejaría de ser el cónsul general de España en Montevideo en el mes de julio para asumir idénticas funciones en la ciudad de Sao Paulo en Brasil.
Recién llegado de unas cortas vacaciones por España, López Aguilar ya había vendido su auto particular, por lo que en la tarde del viernes 29 de mayo se llevó el coche oficial del consulado, un Mercedes Benz, ya que esa noche concurriría a una cena en la compañía de su esposa.
Sin embargo, antes de ir a casa visitó el puerto de Montevideo, se aparcó al lado del muelle donde arriban los catamaranes de Buenos Aires, y ahí consultó a unos pescadores que sostenían sus cañas si el agua era profunda. La respuesta fue afirmativa porque justamente es allí donde maniobran tanto los barcos de guerra uruguayos como los de pasajeros que unen éste puerto con el de Buenos Aires.
Los pescadores se giraron luego que él se marchara porque sintieron un ruido, y observaron que el cónsul había roto la luneta trasera del auto, encendiéndolo y arrojándose con él al agua.
Ya nada se pudo hacer, salvo la actuación de los buzos que lograron rescatar su cuerpo y horas más tarde su automóvil.
El sábado por la tarde fueron las exequias del cónsul Juan María López Aguilar en la iglesia del Sagrado Corazón, donde se celebró una misa para después ser velado un par de horas en una empresa fúnebre cercana.
Mientras el cuerpo era cremado al terminar la tarde del sábado 31 de mayo, el féretro fue portado por directivos de las instituciones de la colectividad española que mostraban su congoja y asombro como todos los diplomáticos que le dieron su último adiós a quién durante cuatro años se granjeó el afecto de todos los españoles que residen en Uruguay, tanto por su gestión como por su salero andaluz que sabía exhibir disfrutando tanto cantando como recitando.