Adiós a Manuel Fraga Iribarne, el gran impulsor de la galleguidad en el mundo

Manuel Fraga se despide de un grupo de emigrantes gallegos en el aeropuerto de Buenos Aires en uno de sus últimos viajes a Argentina como presidente de la Xunta.

Incluso pasaría algún tiempo en la emigración antes de regresar a España. Solía reivindicar abiertamente y con orgullo ante quien quisiera escucharle que era hijo de emigrantes en Cuba. Por ello y por las atención que siempre recibieron los miembros de esa colonia, la Federación de Sociedades Gallegas de Cuba va a habilitar un libro de condolencias en el Centro Gallego de La Habana. También será recordado en Argentina, con una misa en Buenos Aires. “La muerte de Fraga es una noticia que nos llena de dolor y tristeza a los gallegos en el exterior por el conocimiento que tenía de Argentina y por el trabajo que hizo por España y los españoles en el exterior”, declaró el presidente del PP, Fernando López Pereyra, quien añadió que se guardará un minuto de silencio en la basílica de Santa Rosa de Lima, en la capital, y se colocará un libro de condolencias.
Estas experiencias vitales marcarían posteriormente su devenir en la política, especialmente a partir de 1989 cuando se traslada a Galicia, tras delegar en José María Aznar como líder del refundado Partido Popular y renunciar a su gran sueño: el de convertirse en presidente del Gobierno de España. Antes de instalarse en Santiago de Compostela sí dejó una importante herencia, un partido conservador de centro-derecha moderno y adaptado a los nuevos tiempos. Éste es, sin duda, el mayor legado que se le reconoce tras su fallecimiento. Puso las bases para que José María Aznar y Mariano Rajoy encabezaran una formación que les ha llevado a presidir España.
Un concepto inabarcable
Así es como desde 1989 hasta 2005 se convierte en presidente de la Xunta de Galicia, tras ganar por mayoría absoluta cuatro elecciones autonómicas. Desde este cargo es desde donde se va a notar la cercanía de Manuel Fraga con la emigración. Fue el principal impulsor de las políticas de atención a los gallegos residentes en cualquier parte del mundo. El concepto de galleguidad cobró un significado especial e inabarcable con Fraga al frente del Ejecutivo autonómico.
Desde ese momento, el presidente quiso estrechar los lazos con los gallegos de la diáspora y son muy recordados sus habituales viajes al extranjero para visitar los centros gallegos y preocuparse por los problemas de los emigrantes. Se crearon planes de actuación específicos que cada año intentaban solucionar las carencias de los más necesitados o fomentar el conocimiento de la cultura gallega entre los descendientes de los emigrantes, a quienes mimó Fraga para que mantuvieran viva la llama de la galleguidad por el mundo y se interesaran por conocer sus raíces y la tierra de sus progenitores. Además, su Gobierno estuvo siempre pendiente de incidencias puntuales, como el corralito argentino o los estragos de las catástrofes naturales para dar respuesta a los gallegos afectados.
La Consellería de Emigración
Revitalizó las estructuras de la Administración para llevar a las mayores cotas posibles al departamentos de Emigración. Primeramente, y bajo dependencia directa de la Presidencia de la Xunta, la ascendió al nivel de Secretaría Xeral -cuando hasta entonces había sido una dirección- bajo la responsabilidad de Fernando Amarelo de Castro, quien supo trasladar los deseos de Fraga a la acción política. Pero aún faltaba el último espaldarazo, el definitivo, que llegó a finales de 2001 con la creación de la Consellería de Emigración y Cooperación Exterior, en la que Aurelio Miras Portugal estuvo al frente durante esa última legislatura de Fraga en la Xunta, hasta 2005.
Otro hito fundamental de aquella época fue la constitución de la Fundación Galicia Emigración, que integró a las principales instituciones y empresas de la Comunidad Autónoma en la asistencia a los gallegos residentes en el exterior.
De todo aquello fue partícipe Aurelio Miras Portugal, como conselleiro de Emigración, quien explica en exculsiva para España Exterior el legado de Manuel Fraga. “Es un hombre que llevaba dentro de sí la emigración y la sintió con la grandeza y a su vez las servidumbres y el dolor de la emigración. La emigración, los que la conocemos y sobre todo los que la viven saben que en el fondo es una liberación de una tragedia y se convierte en otra tragedia que en muchos casos a posteriori acaban teniendo la fortuna de la formación. Fue algo que Fraga comprendió siempre, que a través de la emigración hubo algo fundamental, llegaron medios para fundar escuelas. En Galicia hay más de 340 escuelas pagadas por los emigrantes. Asilos, pagados por ellos, alumbrados, bibliotecas. Esa es la grandeza de la emigración esa es la que llevaba Fraga. Fraga dentro de sí aprendió esa grandeza”, señala Miras Portugal.
“En la emigración -continúa Miras- fue un hombre que tuvo una química especial con todos los emigrantes de cualquier condición y pensamiento político. Estaba por encima de las corrientes políticas. Fue capaz de conectar, respetarlos y ser respetado en el exterior. Fue una figura indiscutible. Es más fue un hombre que a donde llegaba le daba una cobertura especial a los gallegos de allí, porque a Fraga le respetaban en el exterior muchísimo. Era un hombre de grandes conocimientos, un hombre al que se le valoraba por todo su pensamientos, por su manera de entender. Era un hombre de Estado”.
“Era uno más”
Aurelio Miras destaca una parte de la personalidad del fallecido que muchos obvian. “Tuvo, a parte de la grandeza, ternura. Ese Fraga que conocemos, un hombre de un carácter fuerte, dispuesto a saltar y a subir cualquier montaña con la emigración era un hombre de una sencillez exquisita con ellos. Porque él era uno más y sabía que a la gente había que llegarle con el corazón y no con otro tipo de cuestiones. Y él lo entendió muy bien y yo creo que lo hizo de manera magnífica”.
Respecto a la herencia política, lo tiene claro: fue un innovador. “En su gobierno, el departamento de Emigración siempre fue por delante de cualquier otro en España y de cualquier otro en el mundo. A Galicia venía gente de otros gobiernos autonómicos, del propio gobierno de España y de otros países a ver qué hacía. Cómo era posible que se pudiera hacer aquello en un mundo en el que los gallegos estaban presentes con sus centros en todas partes del mundo. Cómo éramos capaces de mantener aquello. Eso es anterior a Fraga, no cabe duda, pero él supo revitalizarlo de manera gloriosa”.
“Con él -añade- la emigración tuvo uno de los momentos de rearme moral que estaba necesitado de ellos. Porque claro, la época de la gran emigración, y aquella Galicia en el exilio había tenido muchísimo peso, pero eso había desparecido. Y con la llegada de Fraga al Gobierno de la Xunta vuelve a haber otro renacer, no con los nombres y letras de gloria, pero sí en el espíritu, las comunidades vuelven a hacerse activas y eso es un legado suyo”.
Y en la atención a los descendientes de los emigrantes, Miras hace una interesante revelación. “La última reforma del Código Civil en la cual se le da la ciudadanía a las españolas, que no transmitían la nacionalidad a sus hijos cuando se casaban con un extranjero, aunque se hace desde el Gobierno del Estado, es él el que la fuerza. Recuerdo la conversación con Acebes en la que Fraga dejaba bien claro cuál era su pensamiento y cómo había que actuar: que una española era española siempre y que no perdía la nacionalidad y que además se la daba a sus hijos. Fue muy poco vendido aquello porque Fraga no le dio bombo, pero en realidad es para mí un logro asombroso”.
Destaca también su capacidad de reacción, como en el corralito argentino: “Recuerdo un puente aéreo de Iberia que todos los días llevaba una tonelada de medicamentos que nos daban las firmas farmacéuticas o comprábamos. O intervenciones en sitios como Santa Fe de Litoral con las inundaciones”.
Y concluye Aurelio Miras Portugal: “Galicia tuvo en Fraga un hombre no solamente que se preocupó de Galicia sino de los gallegos. Se preocupó no de la tierra solo sino de los hombres y mujeres aunque no viviesen en Galicia y le daba igual que fueran nacidos aquí, o nietos o hijos. Para él la sangre, el ‘ius sanguinis’, le podía y el hecho cultural le podía de una manera decisiva. Pocos políticos lo vieron así en España y en el mundo. Por eso allí donde llegaba se le respetaba y quería, independientemente del pensamiento o las ideas de las personas con las que se encontraba”.