NUEVA EMIGRACIÓN

Mente abierta y trabajar decentemente con cariño y respeto por el país de acogida

Experiencias de emigrantes en México para hacer más sencilla la integración

Carmen y Constantino.
Mayra Arroyaga.
Ramón Ampudia.

‘Paréceme, Sancho, que no hay refrán que no sea verdadero, porque todos son sentencias sacadas de la mesma experiencia, madre de las ciencias todas’. Don Quijote.

Dicen que la experiencia es un grado y todo parece indicar que así es y, aunque nadie aprende en cabeza ajena, lo cierto es que si se pone atención a los consejos de los que vinieron por delante, el camino puede resultar más sencillo.

Internet y en especial las redes sociales han cambiado la manera de integrarse a un nuevo país. Antes, aquellos que emigraban contaban con poca información práctica sobre el lugar de destino, y tenían contacto tan sólo con un par de amigos o familiares, y en muchos casos ni eso. El proceso de integración era más lento y complicado, ya que la investigación social se hacía casi en solitario. Hoy, los nuevos emigrantes disponen de una inmensa red de apoyos virtuales que les permiten conocer de primera mano información sobre casi todos los temas. Esto gracias a los más de 114.000 españoles que viven en México actualmente -muchos de ellos desde hace varias décadas-, y que comparten sus experiencias en este país, sobre todo, a través de las redes sociales.

En Facebook existen varias páginas de emigrantes españoles, una de ellas ‘Españoles en México, cuenta con más 11.000 miembros que interactúan todos los días, publicando información sobre diversos asuntos de interés: vivencias cotidianas, recomendaciones de servicios profesionales, eventos, lugares donde comer o salir de marcha, cuestiones laborales y guías de todo tipo de trámites. Se comparte de todo, cosas tan específicas como si es bueno invertir en Cetes, dónde comprar billetes de avión baratos o alquilar motos para viajar por el país, qué alimentos se pueden llevar y traer de España a México y viceversa, dónde encontrar capillas de la Virgen del Pilar en CDMX, e incluso dónde celebrar los triunfos del Real Madrid.

Tres visiones distintas

Cuando Carmen Fernández llegó a México en 1960, con 24 años, las cosas eran muy diferentes. “Vine por amor. Mi novio, Constantino Lomas, se había venido unos años antes a trabajar con su cuñado, en una empresa agrícola, entonces decidimos casarnos ‘por poderes’, él aquí y yo allá en España. Su hermano fue su representante, o sea que ‘fue el novio’, y celebramos con una comida en un restaurante en Madrid”. Un año después viajó a México para estar con su marido. Ambos madrileños, formaron una familia compuesta por cuatro hijos, todos mexicanos.

“Para mí no fue difícil adaptarme a México, me gustaban las flores, la fruta, los colores… y aquí estaba lleno de eso”, cuenta Carmen. Desde el principio lo tuvo claro, había que empezar una nueva vida y “echarle ganas”.

“El principio no fue fácil, porque a mi marido le prometieron cosas que después no fueron ciertas en el trabajo, así que pasamos dificultades económicas y aunque él no quería que yo trabajara, conseguí un empleo administrativo en un hospital, hasta que nació mi primera hija”, explica. Poco a poco, las cosas fueron mejorando y aunque estábamos bien, nunca se te quita la idea de volver a tu país, “yo compraba todo con asas para poderlo llevar allá”, cuenta.

En Madrid se había quedado su familia completa, sus padres y sus hermanos a quienes volvió a ver siete años después de haberse marchado. “En esa época sólo podíamos hablar por teléfono con ellos en ocasiones especiales como Navidad o los cumpleaños, porque las conferencias eran muy caras”, cuenta Carmen.

“A los españoles jóvenes que llegan ahora, sólo les diría que mantengan la mente abierta, que vengan con la idea de trabajar decentemente como lo harían en su propio país, con el mismo cariño y respeto”, señala esta madrileña. “Lo único que me faltó es haberme nacionalizado. En aquella época no existía la doble nacionalidad, y había que renunciar a una de ellas, y como mi marido y yo siempre nos sentimos muy españoles a pesar de los años, no quisimos hacerlo”, relata. “Quizá ahora, (Carmen enviudó hace poco tiempo) me decida a realizar el trámite para obtener la nacionalidad mexicana y así poder hacer algo que siempre quise hacer aquí: votar”, concluye sonriendo.

Actualmente, dos de sus hijos, viven fuera, en Estados Unidos y en España. Y la mayoría de sus nietos están repartidos por medio mundo.

Cincuenta y cuatro años después, por el mismo motivo, “el amor”, pero en circunstancias y con perspectivas completamente diferentes, llegó Mayra Arroyaga (Madrid 1962) a México en 2014. Vivía en Las Rozas, un municipio cercano a la capital española, cuando a su pareja le ofrecieron un puesto de trabajo muy interesante y como ella estaba en ese momento trabajando como ‘free-lance’, decidieron lanzarse a la aventura. Ambos madrileños, dejaron allá a su familia, dos hijas de ella de un matrimonio anterior, el hijo de su pareja, Ricardo, hermanos de ambos y la madre de él.

“El principio fue muy ilusionante. Rápidamente hicimos amigos y yo encontré también trabajo, así que todo resultó perfecto. Lo más difícil fue la burocracia, el ‘ahorita’, el tráfico, los bancos y que aquí no sepan decir no”, explica Mayra. Siempre han tenido claro que su estadía en México sería temporal, sobre todo porque la familia está en España y aunque viajan a verlos dos veces al año, en verano y Navidad, no es lo mismo.

Su consejo para los españoles que vienen a México es más práctico, que “se armen de paciencia. El mexicano, en general, es muy informal. Esto para algunas cosas, fundamentalmente las relaciones personales, es bueno, pero en las relaciones profesionales es desesperante”, apunta esta profesional exitosa, consultora en investigación de mercados.

“En general no suelo pensar en mí como emigrante. Creo que el idioma y la fácil convivencia con los mexicanos ayuda mucho a que te integres en la sociedad. Son más los momentos y situaciones puntuales, especialmente los momentos de renovación del permiso de residencia o aquellos en los que comparas con tu país”, finaliza Mayra.

Por su parte, Ramón Ampudia llegó a México en 1981, también con 24 años como Carmen, pero con un objetivo diferente. Proveniente de Ribadesella, Asturias, vino de vacaciones, a visitar a un tío que vivía aquí. Pero sucedió algo con lo que no contaba “me enamoré de este país” y el curso de la historia dio un giro inesperado, el tío se regresó a los tres meses a España y Ramón se quedó al frente de la fábrica de pantalones que este había montado aquí.

“Desde el primer día que llegué me sentí en casa, fui conociendo gente y nada, aquí me quedé”, cuenta Ramón, quien se casó al poco tiempo con una mexicana con quien tuvo un hijo. Regresó a su tierra un año y medio después, a ver sus padres y a un hermano que se quedaron allá. “La comunicación no era como ahora, las cartas tardaban seis meses en llegar y el teléfono sólo se usaba en casos importantes. Hoy hablo con mi hijo, que estudia en Madrid, todos los días a través de videoconferencias, al punto que ahora sé más de su vida que antes”, señala el asturiano.

“Yo les diría a los que llegan a México que vienen al país más noble que existe para un emigrante español, y les recomendaría que se hagan socios de algún centro español para que se integren más rápido”, señala Ramón, que afirma que nunca se sintió un emigrante, a pesar de que nunca realizó el trámite de nacionalización, simplemente porque nunca lo necesitó.

El retorno no es una posibilidad cercana, quizá, “más adelante, cuando pasen los años, tome la decisión de volver a España a pasar mis últimos años, porque allá las personas de la tercera edad tienen una mejor calidad de vida, pero mientras llega ese momento, me gusta vivir aquí”.

Experiencias y reflexiones de unos españoles que emigraron en momentos y circunstancias muy distintas, pero que la vida los llevó a coincidir en este país.

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