La selección gallega arrasó en el Río de la Plata en el Campeonato Intercontinental de Bolos Celtas que se disputó en Montevideo y Buenos Aires del 23 de marzo al 3 de abril.
Los primeros partidos se desarrollaron en la cancha de bolos ubicada en el Club Social y Deportivo de Bolos Valle Miñor de Montevideo, para luego continuar con la competencia en las canchas de los clubes Valle Miñor, Cangas del Narcea y Galicia de Buenos Aires.
Este milenario juego, que trajeron a las dos orillas del Plata los emigrante miñoranos, y que hoy practican sus descendientes, dejó en esta edición a la selección gallega como el ganador de punta a punta.
En la modalidad por parejas los vencedores fueron José Manuel Torres Nicolao y José Rodríguez Domínguez de la selección Gallega.
El individual también le correspondió al jugador del combinado gallego José Manuel Torres Nicolao, en tanto en segundo lugar se ubicó Heber Sena de la selección uruguaya, empatando el tercer puesto Roberto Paz Misa de la selección española, con Daniel Gómez de la selección Gallega.
Confraternidad
Si bien se trata de un torneo oficial con estrictas reglas, la cordialidad y la amistad de los competidores y sus familias colmaron las canchas en las que más de dos centenares de espectadores llenaban las tribunas.
La selección gallega fue la triunfadora al conseguir 2.977 puntos, seguidos por el Círculo Valle Miñor de Buenos Aires con 2.796, la selección uruguaya con 2.761, el Centro Cangas del Narcea A con 2.745 puntos, el Centro Galicia de Buenos Aires con 2.666, la selección española con 2.631, el Centro Valle Miñor de Uruguay con 2.552 y el Círculo Valle Miñor de Buenos Aires con 1.094 puntos.
Los campeones lograron la ventaja en la cancha de Montevideo donde obtuvieron un parcial de 1.592 puntos, siendo el mayor, y a pesar de ser los segundos mejor punteados de la fecha en Buenos Aires, la diferencia fue sustancial para conquistar el título.
Ahora resta esperar al próximo campeonato que servirá de revancha, pero más que nada de unión entre los deportistas de ambos márgenes del Atlántico que además de servir para “amorriñar a terra” también cultiva en los descendientes de aquellos emigrantes de mediados del siglo pasado, el amor por un deporte milenario.