José Luis Lema, el emigrante gallego en Liechtenstein que ayuda a los refugiados ucranianos

Natural de Muxía, trasladó a Polonia el material donado por la colectividad gallega en Suiza y regresó al país helvético con nueve personas que huían de la guerra

José Luis Lema con el grupo de refugiados ucranianos.

José Luis Lema Martínez, es oriundo de Serantes, un pueblo de A Costa da Morte asentado en el municipio de Muxía. A los doce años se trasladó con su familia al principado de Liechtenstein donde tiene fijada su residencia desde entonces. A sus 37 años es padre de dos niñas y propietario de la empresa de transportes Martínez Express. Las mudanzas, el transporte de paquetería e incluso de vehículos para el colectivo español residente en Austria, Alemania, Suiza, Francia y Liechtenstein son su mayor dedicación, aunque también realiza transportes urgentes con piezas de automoción para una empresa que trabaja para el grupo alemán Volkswagen.

Es un amante de Galicia y de su pueblo al que vuelve con regularidad cada vez que la oportunidad se presenta y donde sus hijas gozan “fedellando na horta” como él orgullosamente dice. Muy aferrado a sus raíces, con carácter alegre y decidido no ha perdido en ningún momento la forma de hablar tan característica de A Costa da Morte.

Aunque su residencia está en Liechtenstein al igual que la de un gran colectivo de gallegos de la zona, duerme más veces en la furgoneta que en su propia casa. El asfalto se ha convertido en su colchón, los kilómetros en sus atardeceres y amaneceres y San José, San Cristóbal y su ángel de la guarda (su abuela) en su mayor compañía.

El amor por sus hijas, la idea surrealista de la guerra entre Ucrania y Rusia y la llamada en Facebook de conductores para transportar ayuda humanitaria a Polonia y traer refugiados a Suiza, lo motivaron a presentarse como voluntario para efectuar uno de esos viajes.

Fue así, como el lunes 14 de marzo por la mañana partió hacia la frontera de Polonia para entregar todo el material que el colectivo español residente en la confederación helvética donó para la causa y traer del campo de refugiados a nueve personas dispuestas a viajar con él en busca de una oportunidad mejor.

La colectividad española en Suiza donó material para los refugiados ucranianos en Polonia.

En la orden de los Dominicos le aguardaba el padre Maciej que le obligó a cenar antes de retirarse a descansar un rato y a desayunar antes de partir. “El trato recibido fue maravilloso. El padre Maciej es extraordinario y se entrega en cuerpo y alma. No es que solo me obligó a cenar antes de ir a descansar, sino que me levanté a las 3.30 y me preparó el desayuno y me obligó a reponer fuerzas” narraba con cariño.

Las barreras del lenguaje dificultan, además de la comunicación, las gestiones y, al no llevar una persona intermediaria, el traductor de Google se convierte en el más preciado compañero de viajes. Luis Lema Martínez viajó con ilusión y con la idea de aportar un granito de arena a la causa, pero, aunque es y prefiere pensar positivamente, al llegar al campo de refugiados, el velo se corrió y la realidad a la que se enfrentó no se asemejaba a las vistas por los medios. Un mar de sentimientos afloró y le removieron.

“Hay muchísimos niños. Tantos. Las camas están apiladas las unas a las otras. Todos los pabellones llenos de gente, el 90% mujeres con niños y llegando más continuamente. Miradas perdidas, ausentes, tristes. Gente llorando. Caminan de un lado para otro, salen al exterior y dan paseos por los aparcamientos. Impacta muchísimo, es chocante, frustrante. Surrealista que en el 2022 estemos viviendo algo así. Se me ponen los pelos de punta ver en las condiciones en las que están. En el ambiente se palpa mucho desasosiego y desesperación”, comentó superado por el panorama.

José Luis Lema con la furgoneta cargada con material donado por la colectividad española en Suiza.

Como en todas las situaciones críticas conforme existe gente humanitaria cargada de buenas intenciones también se manifiestan las no tan buenas que se quieren aprovechar de las circunstancias. Tanto así, que las mafias en busca de mujeres ucranianas ya están en marcha al igual que la de niños. Es por ello, que se realizan controles cada vez más rigurosos por parte de los militares lo que dificulta el traslado de mujeres y niños. Casi una hora tuvo que esperar Luis a que terminase con el exhaustivo control de papeles tanto del vehículo como de él mismo. Una vez finalizado pudo abrir las puertas de la furgoneta alquilada gracias a las donaciones del colectivo en Suiza a nueve refugiados ucranianos entre los cuales viajó un niño de dos años.

“En el campo de refugiado coincidí con nueve furgonetas de Asturias que venían a recoger a refugiados para repartirlos por el Cantábrico donde algún familiar o amigo les daría acogida”.

Cansado, con el alma rasgada, pero con una satisfacción increíble Luis Lema Martínez, el joven gallego de A Costa da Morte, emprendió el viaje de vuelta con nueve personas agradecidas por la oportunidad.

“Llevo una satisfacción tan grande que no me cabe en el pecho. No hay dinero que pague esta sensación”, concluyó.

A las doce de la noche del pasado 15 de marzo empezó una nueva vida en Suiza para nueve personas gracias a la solidaridad y a la humanidad de Luis, de todas las familias que se ofrecieron a recogerlas en sus hogares y donaron dinero para hacer posible el viaje.

Sthela Yáñez y la otra cara de la solidaridad en tiempos de guerra

Hace unos cuatro años que Sthela Yáñez abandonó, al igual que su marido Diego Pérez, un trabajo fijo en Galicia y emigró a Suiza y se estableció en Vevey donde trabaja en un hotel.

Sthela tiene dos hijos, Thiago de cinco años y Dylan de nueve. El mayor padece Síndrome de Asperger. “La calidad de vida que este país le ofrece a mi hijo Dylan es maravillosa. En España no la va a tener nunca. Es otro factor por el que prefiero vivir aquí”, explica.

La guerra en Ucrania ha provocado la huida de millones de personas y muchas de ellas están siendo acogidas en Suiza. Sthela y su marido llevaban varias semanas buscando la forma de ayudar. La oportunidad apareció con la publicación en Facebook del belga asentado en Suiza, Dennis Claes, que buscaba familias de acogida para los ucranianos que estaban trayendo del campo de refugiados de Varsovia. Emprendieron el viaje a Zúrich para recoger, en un principio, a una mujer con su hija. Al final, Sthela y su marido no recogieron a la madre con su hija, pero si a un hombre de 64 años. A partir de ese momento, lo que comenzó como un granito de arena solidario se convirtió en una losa que ganaba más y más peso con el pasar de los días.

Sthela reorganizó la casa para poder ofrecerle un espacio acogedor e independiente, le lavó la ropa y lo acogió como uno más. El hombre se mostró agradecido, sin embargo, cuando le indicaron que debía acudir al centro de refugiados en Boudry para tramitar los papeles su carácter cambió y empezó a mostrarse prepotente y exigente con la familia.

“El señor estaba desesperado, emperrado con regular el permiso S de inmediato y recibir la ayuda económica. Por más que intenté explicarle que la tramitación duraba un tiempo no entró en razón”, narra la anfitriona.

“Se puso en sus trece que no quería ir al centro de refugiados. Se empezó a poner nervioso. Nos pidió que lo llevásemos a Varsovia. Le comenté que nosotros no estábamos de vacaciones, que tampoco fuimos a buscarlo para pasar unos días de ocio en Suiza y que no podíamos llevarlo”.

“Nos dijo que le comprásemos un billete de tren. Le comentamos que el tren era gratis para él. Solamente necesitaba presentar su pasaporte ucraniano”. El hombre insistía en que a él le habían prometido un hotel, comida, dinero, trabajo y un permiso de residencia a su llegada a Suiza.

“Sigo sin comprender cuáles han sido las razones o el propósito de llegar a este país” dice Sthela quien contactó con varias refugiadas que viajaron con él para convencerlas de volver juntos a Varsovia. “Prometí buscarle una solución”, señala.

Sthela y su familia le ofrecieron lo mejor de ellos mismos, pero no fue suficiente. “Acabamos hartos de tanto estrés, tanta intriga, discusiones, gestiones. Los días se convirtieron en un infierno. Era irrespetuoso y no atendía a razones. No podíamos más, así que, preparamos las cosas para llevarlo a la estación de tren de Berna, pero salimos con retraso por su culpa y no llegamos al tren. Finalmente lo dejamos el miércoles en la estación de Vevey, como nos pidió. No quería subirse al tren hasta que no pasara el revisor. Nos subimos con él. Le anoté todo en un papel y Eugenia, una de las mujeres que nos ayudó con el idioma ucraniano, le trasladó toda la información por teléfono”.

A pesar de la mala experiencia vivida, Sthela tienes claro que “no va a eliminar mi carácter humano y solidario”.

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