RETORNAD@S

El retorno es un tema presente en todas las familias de españoles que residen en Venezuela

La crisis del país hace que cada vez más el colectivo español ve el regreso como la mejor opción de vida

La familia Pérez Brión retornó al completo a España.
Algunos españoles mayores en Caracas.
José María Vales Espiño.
En el centro el consejero de Trabajo, José Francisco Armas, el secretario general de Inmigración y Emigración, AgustínTorres, directivos de entidades y emigrantes mayores.
Lafamilia de Roberto Belmonte y Ana Belsol.
María Luz López Rodríguez.

El tema del retorno forma parte de un fenómeno mucho más amplio como es la migración. En muchos casos, el retorno puede ser visto como el final feliz de esa travesía que inician los emigrantes y que, en su mayoría, ven el proceso como el hecho de salir a un país que les va a ofrecer mayores oportunidades de progreso, para una vez logrado el objetivo de contar con recursos suficientes, retornar al hogar… a la tierra que los vio nacer.

Mas esta es la excepción y no la regla, no es lo que suele ocurrir. En el caso que ocupa este trabajo, es aún más evidente, puesto que el retorno de los españoles residentes en Venezuela, en los últimos 10 años se está dando de forma forzada (como la emigración venezolana en general), y no como una elección libre y voluntaria de las personas.

Peor todavía, hace unos años quienes se iban lo hacían de forma planificada, vendían sus propiedades, tramitaban sus papeles, legalizaban títulos, planificaban a dónde llegar, en fin, organizaban la partida… ahora, muchos ven a España como una tabla de salvación y cierran sus casas y/o negocios, dejan sus carros en los estacionamientos, y, en ocasiones, no se toman ni el tiempo de arreglar los papeles necesarios para llegar allá con algunos trámites importantes adelantados.

Y el aspecto emocional de este fenómeno es, seguramente, el de mayor complejidad: el desarraigo, la pérdida de identidad, la incertidumbre, la separación de amigos y familia, dejan huella en las personas. Sufren los que se van… y sufren los que se quedan.

Pero, claro, también hay cosas buenas, gente que cumple sus metas que, luego del proceso de adaptación, logra ser feliz donde está y sale adelante. Consiguen tranquilidad, seguridad, nuevos amigos y muchas otras cosas que hacen que haya valido la pena tomar la decisión.

Familias completas que retornan

La familia de Mariángel Pardo Machado, José Pérez Brión y Noa Pérez Pardo, retornó completa, con el adicional de que la familia de Mariángel (madre, hermana, abuelos, tíos y primos, todos), también retornó. José, por su parte, dejó en Venezuela a su padre y sus hermanos y sobrinos.

Mariángel cuenta que “nuestra familia tomó la decisión de venirnos a España luego de que tuvimos algunos desaciertos en Venezuela tanto en el aspecto económico como en el de seguridad. José tenía una empresa, la cual con todas las medidas económicas del gobierno de Chávez, sobre todo con el poco acceso a las divisas, fue yendo a menos porque él importaba mercancía de Indonesia y al ser una muy pequeña empresa no tenía opción al dólar preferencial y lamentablemente cada vez fue a menos el negocio. Y por otro lado, tuvimos el infortunio de que nos entraron a robar a la casa y eso fue como una invasión a la privacidad muy fuerte, a nosotros como familia, eso fue un detonante. Las dos cosas hicieron que José propusiera la decisión e inmediatamente yo le dije que sí”.

En ese momento de la vida de esta familia, también la hermana de Mariángel, Verónica, había tomado la decisión de retornar a España y su madre, Ángela, que había quedado viuda hacía una año, pidió a su hija y yerno unirse a su aventura, pues no quería quedarse sola en Venezuela sin sus hijas ni su única nieta. Para ellos fue una “gran noticia y una gran ayuda, porque sabíamos que estando con mi mamá, pues contábamos con el apoyo total de quien cuidara a Noa y que se hiciera cargo de ella mientras nosotros buscábamos trabajo o hacíamos lo que teníamos que hacer en esta nueva vida”, explica Mariángel. Su arribo a Madrid fue en febrero del año 2015.

En su historia está el apartamento (piso) alquilado por un mes, mientras se trata de buscar un lugar que reuniera ciertas condiciones necesarias como colegio para la niña, transporte público cercano… y conseguirlo. Establecer allí a la familia (padre, madre, hija, abuela), y además recibir también a Verónica, que ya estaba en España cuando ellos llegaron y vivía con un grupo de amigas, fue parte del proceso. “Y así, poco a poco, fuimos haciendo nuestra vida aquí. Creo que el primer mes de cuando emigras es uno de los más fuertes porque te encuentras con toda tu vida en las maletas que hiciste, con 50.000 papeles que gestionar, con una cultura y una burocracia que no conoces, incluso por más español que uno sea, te encuentras con ese choque del carácter del madrileño que es seco, cortante, y nosotros por muy españoles que seamos, somos latinos y tenemos ese puntito dulce. Aunque la verdad es que también te encuentras gente muy maja que te ayuda”, dice Mariángel.

Este relato no está completo sin comentar que la familia de Mariángel es de Málaga y varios años antes de que esta familia regresara a España, ya habían retornado las dos hermanas de la madre de Mariángel, con sus esposos y familias. En 2014 regresó una de sus primas por parte de padre, también con su esposo e hijo. Y luego de que los Pérez Pardo retornaron detrás vinieron el primo que quedaba, los abuelos que aún viven, de edad avanzada, y los únicos tíos que aún quedaban en Venezuela, es decir, por parte de Mariángel todos están en España, repartidos entre Málaga, Madrid y Galicia.

Cada una de las familias conexas a la de Mariángel tiene su propia historia. ¿Por qué decidieron retornar?, ¿cómo llegaron?, ¿qué lograron?, ¿en qué punto de su vida están?, ¿se adaptaron?, ¿consiguieron trabajo?, ¿cómo viven? Eso sería posiblemente todo un periódico para contar cada experiencia.

Uno de los choques más fuertes

Cabe decir que Mariángel comenta que “uno de los choques más fuertes es que muchos de los venezolanos que se vienen para España creen que con la ayuda al emigrante retornado van a poder vivir, eso solamente es así si tienes piso. Si no tienes piso eso no es verdad. La ayuda que recibe el emigrante retornado son unos 420 euros y no te da para vivir ni para alquilar un piso, ni para alquilar una habitación”.

Comenta el ámbito del lenguaje, de cómo los que llegan de Venezuela aprenden el argot madrileño y cómo los madrileños disfrutan también de las palabras venezolanas. “Ha sido algo divertido porque nos hemos adaptado muy rápido a cuáles son los términos y las palabras que se utilizan aquí, pero no puedes evitar que se te escapen palabras como “arrechera” en algún momento, no puedes evitar que se te escape el “marica” hablando con una amiga, delante de españoles que se quedan con los ojos pelados”.

En el retorno, esta familia dice que trata de mantener sus tradiciones venezolanas. Cuando estaban en Venezuela, protegían sus costumbres españolas, pero ahora añoran lo venezolano. En Navidad o Fin de Año, en Venezuela la cena tenía que ver con la gastronomía española, ahora huele a hallaca y pan de jamón. Lo que tratan es de proteger su identidad, esa identidad intercultural venezolana y española.

Se van los más jóvenes

En esta familia, los retornados son los nietos de los que llegaron a Venezuela allá por los años 1950-1960. Roberto Belmonte y Ana Belsol, los padres, hijos de españoles, son una familia constituida por ellos y dos hijos varones: Damián y Bernardo.

“En el año 2017, que fue el año de las protestas contra el presidente Maduro, Bernardo, el pequeño, estaba muy involucrado en las marchas y en las manifestaciones. Afortunadamente ese año salió seleccionado por la Xunta de Galicia en uno de los programas que tiene el Gobierno gallego para que los jóvenes conozcan la tierra de sus padres o abuelos y bueno, fue y decidió quedarse. Él vio, comparó, cuando llegó a España y a Galicia, nos llamó y nos dijo ‘mamá estamos en la prehistoria, yo me voy a quedar’”, relata su madre.

“Nosotros quedamos muy tristes, pero también muy aliviados porque era una agonía para cualquier madre venezolana lo que estábamos viviendo: los muchachos en la calle con la terrible represión que había especialmente hacia los más jóvenes. La angustia era con nuestros hijos y con los hijos de los demás”.

“Después a principios del año 2018, la esposa de Damián quedó embarazada de nuestra primera nieta y por decisión de la familia de mi nuera, también de Damián y Andrea y de nosotros, acordamos que la niña debía de nacer en España, porque en ese momento no había medicamentos, no había pañales, no había alimentos para bebé, teníamos miedo también por los papeles de la niña, tanto el pasaporte venezolano como el español. Entonces se tomó la decisión de que la bebé naciera en Galicia, donde afortunadamente mi consuegra tenía donde vivir y todavía están allí, en Orense. En septiembre de 2018 nació Ivana que es nuestra primera nieta por ambos lados”.

Si bien Bernardo llegó a Galicia, luego de unos pocos meses se mudó a Madrid y allí está ahora trabajando en El Corte Inglés. Contó con unos amigos de sus padres, Felisa y Jesús (también venezolanos), que lo albergaron en Madrid mientras consiguió trabajo y piso, un piso en el que ahora vive con tres amigos, también retornados de Venezuela.

Damián, por su parte, llegó a Orense con su esposa y la familia de ella, y allí nació su hija Ivana. En un principio estuvo trabajando en una compañía de telefonía y luego decidieron emprender y alquilaron un bar. Andrea consiguió trabajo en una tienda y Damián está atendiendo el bar.

En cuanto a lo que ha significado la separación familiar, Ana afirma que ha sido “horrible, para mí ha sido durísimo, se me fueron mis dos hijos, mi nieta vive allá, la estoy viendo crecer en videos y fotos y en videollamadas. Se me fue mi hermano, mi único hermano, porque ya mis padres no viven, se han ido grandes amigos a los que quieres tanto o más que a tu propia familia, ha sido una separación cruel”.

Explica que ella y su esposo no se van “porque no es fácil y menos a nuestra edad, nosotros no somos tan jóvenes como para arrancar de nuevo en España, ni tan viejos como para vivir de lo poco que hemos podido ahorrar y salvar, porque nosotros nunca pensamos que íbamos a vivir lo que está ocurriendo en Venezuela. Todo lo que hemos conseguido en nuestra vida, todo el fruto de nuestro trabajo está en Venezuela: nuestra casa, nuestros carros, todo lo que hemos podido comprar está en Venezuela, nunca pensamos que íbamos a estar viviendo en esta incertidumbre de si quedarnos, de si irnos, entonces por eso no es fácil irse”.

Y dice que eso es lo que se refiere a la parte económica, y que posiblemente eso no la frenaría por completo para irse porque al final, “tendría a mis hijos, a mi nieta, a mi hermano, muchísima familia en España, pero mi esposo no, mi esposo tiene aquí a sus padres, que son personas gallegas, muy mayores, que hoy en día todo lo que tienen y todo lo que consiguieron lo tienen en Venezuela, y les pasa lo mismo que a nosotros, que en este momento no hay manera de vender lo que tenemos aquí. Y también mi esposo tiene su compañía en la cual trabaja con su hermano y es el sostén de nosotros y de mi cuñado. Entonces no es fácil, no es fácil dejar todo lo que tenemos aquí y yo pues me quedo acompañándolo”.

Teniendo a sus hijos y nieta en España vislumbrar el futuro es complejo para Ana y Roberto porque, como dice ella, “hay momentos en los que piensas esto va a cambiar, y Venezuela ahí mismo se va a levantar, entonces voy a poder ir a ver a mis hijos dos veces al año y voy a mantener mi vida, mi trabajo, lo que me gusta porque a mí me gusta lo que yo hago en Venezuela. Yo soy fisioterapeuta, a mí me encanta mi trabajo, igual le pasa a mi esposo. Yo amo mi casa, mi playa, pero después vas cayendo en cuenta y no, esto no va a ser tan fácil. ¿Hasta cuándo vamos a aguantar? No puede ser que yo vaya a tener mi vejez aquí, en esta incertidumbre, yo no puedo ver mi vejez lejos de mis hijos, con esta tristeza, en un país donde todo se ha caído”.

Asegura Ana que “mis planes serían irme, a mi me gustaría irme y vivir cerca de mis hijos, tenerlos cerca y tener lo que yo viví con mis padres. Yo siempre estuve con mis padres, mis hijos estuvieron con sus abuelos. Eso es lo que yo aspiro para mi vejez, vivir con la gente que amo, con mis hijos, con mis nietos. Entonces, ¿cuál es mi plan? Pues mi plan es que si en este momento esto no cambia, pues mira, al final vamos a tener que irnos para estar con la gente que amamos, eso es así”.

Los que quedan atrás

La emigración tiene muchas vertientes. Lo que suele salir a la luz son los casos de las personas más exitosas, que tiene logros económicos, porque los países, lógicamente, intentan sostener su autoestima sobre los hombros de quienes consiguen ser reconocidos. Pero, la verdad es que, desde todo punto de vista, la emigración es un fenómeno que tiene muchas historias tristes.

Uno de los programas que el Gobierno de España ha implementado para la diáspora es el de los centros de día para los adultos mayores y es ahí donde encontramos algunos relatos de retorno, en los que quienes quedan atrás son los que llegaron de España, no tienen ningún aliciente para volver, pero sus hijos o nietos si, y ellos… quedan atrás.

María Luz López Rodríguez, Maryluz, es una de esas personas. Ella se casó en España en el año 1953 y con su esposo vino a Venezuela, no recuerda exactamente el año, pero piensa que debió ser sobre 1957-1958.

Aquí tuvo dos hijos, una niña y un varón, y según cuenta durante un largo tiempo su marido fue muy bueno, “pero luego se fue metiendo con mujeres, entonces yo tuve que quedarme sola con mis hijos (se divorció), y trabajaba en casas de familia”.

Lo cierto es que los hijos de Maryluz retornaron a España y ella se mantiene en Venezuela. Su madre y hermanas murieron, asegura no tener nada allá. No sabe de su hija, solo asegura que una amiga que estuvo por allá la vio y le dijo que estaba en Ourense. El varón vive en Barcelona y de vez en cuando habla con él.

Ella en Venezuela se mantiene con la pensión venezolana “que no vale nada, no tengo a nadie aquí”. Dice que sólo tiene a la Hermandad Gallega y a la Fundación España Salud, que son las que le ofrecen atención sanitaria y de alimentación.

Desde que llegó a Venezuela, Maryluz solo estuvo en España en 1960, luego no volvió más. Tiene 84 años de edad, con artrosis y una prótesis de cadera que hace que deba caminar con un bastón de cuatro puntas. Vive sola en la zona de San Martín que es en el centro de Caracas y para ir y venir de su casa a la Hermandad Gallega, debe tomar tres autobuses.

Por su parte, José María Vales Espiño cuenta que vino a Venezuela el 15 de agosto de 1953, no tenía aún 17 años. En Venezuela estaban su hermano mayor y su padre, él en España vivía con su abuela, su madre, tres tías y dos hermanas, en Soutelo de Montes, pueblo de San Marcos.

“Cuando llegué aquí me recibió mi hermano mayor, que ya murió, después fui a ver a mi padre que también estaba aquí, fui a verlo a Guanare pero llegué y hablé con él a ver dónde iba a estudiar, y me dijo ‘¿a estudiar? Usted vea a ver qué hace, el estudio suyo ya está hecho’. Yo pensé que iba a estudiar en el colegio o en la universidad, pero lo que me agarró fue la universidad de la vida, ahí tuve que ver cómo me las arreglaba porque desde ese momento se ha puesto la cosa bastante al revés”.

José María tiene tres hijas, de las cuales la mayor viven en Venezuela y lo apoya. La más pequeña ha emigrado profesionalmente, es decir, trabaja para una empresa que la tuvo en Barcelona y ahora la trasladó a Roma. Y, la del medio, se fue hace un poco más de un año y vive en Vigo.

Si se le pregunta si piensa en retornar, responde que no “porque adonde voy con 82 años que tengo, no te sabría decir, yo no lo veo, a dónde iría”. José María se mantiene con la pensión de Venezuela, “que no alcanza para nada y tengo lo que está dando España Salud, la tarjeta de alimentación, y las medicinas”.

Dice que la hija que tiene aquí no tiene intención de retornar, o al menos él cree que no se lo plantea. José María, nunca ha ido a España, desde que llegó a Venezuela, dice que “cuando pude ir no fui y después cuando quise ir no pude”.

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