Un cuarto de siglo suma los años que cumplieron el Club Español y el Centro Euskaro en la capital uruguaya, siendo fundamentales en el arraigo de los emigrantes españoles y vascos, respectivamente.
El primer día de julio, el salón de fiestas del Club Español de Montevideo fue copado por socios, directivos de instituciones amigas y la representación del Gobierno español con la cónsul general, María Victoria Scola, y la consejera de Trabajo, Migraciones y Seguridad Social, Isabel de Zulueta.
El presidente de la institución anfitriona, Antonio Araujo, recordó en su discurso al vicepresidente Eduardo Alonso, a quien echan mucho de menos “ya que era una pieza fundamental en la institución”, aseguró.
Este Club, el más antiguo de la colectividad española fundado en 1878, fue el segundo de su categoría en Montevideo, siendo el primero el Club Uruguay afincado en la ciudad vieja de la ciudad.

Destacó también Araujo la presencia de la cónsul Scola, sobre la que resaltó su trabajo en pro de la colectividad radicada en Uruguay, afirmando que dejará un muy buen recuerdo cuando se marche en las próximas semanas con un destino aún desconocido.
Por su parte, Scola hizo suyas las palabras del presidente sobre la vida de trabajo honorario para la colectividad de Eduardo Alonso, afirmando que las personas pasan y las instituciones quedan, así como también el trabajo que ellas han dejado.
El coro del Club Español, dirigido en la oportunidad por el profesor Sergio Ochiuzzi, quienes además de interpretar el himno nacional y canciones típicas españolas, hicieron lo propio acompañado tangos cantados por la solista Mirtha.
Recuerdo del cartógrafo Andrés de Oyarvide
Mientras tanto, los vascos presididos por Fabián Orradre, celebraron el 114º aniversario del Centro Euskaro el pasado 26 de junio, con un aporte cultural al reconocimiento del legado de los emigrantes de siglos pasados.
En esta ocasión se recordó al cartógrafo guipuzcoano del siglo XVIII y principios del XIX, responsable de dibujar la ruta que en esos tiempos debían utilizar los buques para no encallar en un muy peligroso Río de la Plata.
Se trata de Andrés de Oyarvide, un marino militar y geógrafo nacido en Guipúzcoa alrededor de 1750, que embarcó en noviembre de 1776 como piloto en la fragata Santa Clara capitaneada por Pedro de Cárdenas que partiera del puerto de Cádiz en una expedición formada por veinte naves de guerra y 96 de transporte con más de nueve mil hombres.

La fragata participó en varias reconquistas de territorio en un derrotero que la llevó el 26 de julio de 1777 al Río de la Plata, donde naufragó muriendo 92 tripulantes, pero nuestro protagonista Oyarvide, logró llegar a la costa a bordo de un chinchorro.
Esta expedición del general Cevallos fue tan exitosa que obligó a los acuerdos entre España y Portugal del tratado de San Ildefonso el 1 de octubre de 1777 entre ambos reinos.
Pero para ello hacía falta la cartografía, y allí fue donde se destacó Oyarvide, según relató el escritor e investigador de temas marítimos, Juan Antonio Varese.
Andrés de Oyarvide, nacido en Guipúzcoa, vivió en carne propia la dificultad de navegar en el Río de la Plata, encomendándole la concreción de las cartas de navegación del estuario que unía los ríos Uruguay y Paraná con el océano Atlántico.
En apenas cinco años termina lo que vino a llamarse la Carta Esférica del Río de la Plata. En tanto en forma paralela releva de nuevo el curso del río Uruguay (entre octubre de 1801 y marzo de 1802) culminando así la Carta Esférica del río Uruguay que fue empezada en 1796.
En 1801, y debido a la guerra con Gran Bretaña, ostenta el mando de una de las 21 lanchas cañoneras de que disponía Montevideo para su defensa.
Durante 1802 se dedica a revisar toda la documentación realizada hasta la fecha, y que el gobernador Bustamante le suministraba.
A comienzos de 1803, desde Colonia de Sacramento y Buenos Aires, Oyarvide comienza los trabajos de levantamiento de la Carta del Plata Superior. Meses más tarde se desplaza hacia el centro del río para levantar la carta de aquella zona, donde se encontraba el peligroso y afamado Banco Inglés. En el año 1804 continúa hacia el Este, desembocadura del Río Solís, costas de Maldonado y Rocha.
En diciembre de 1805 se tuvieron noticias de que se acercaba una flota británica al mando del Comodoro Home Riggs Popham que se encontraba en Sao Paulo y que aún podría tener como muy probable destino la toma del Cabo de Nueva Esperanza (al sur de África, territorio holandés aliado de Napoleón), lo cual infundió sospechas del gobernador de Montevideo. Para ello, se dispuso la salida de dos naves con la intención de vigilar a los británicos y conocer así sus verdaderas intenciones. Una de las naves navegaría en la boca meridional del Plata; la otra, un velero llamado San Ignacio de Loyola (probablemente una balandra o un cúter armado), lo haría en alta mar, más allá del cabo de Santa María. Oyarvide, aún enfermo, se presenta voluntario para mandar esta última.
Una vez zarpó, se dirigió a Maldonado, y nunca más se volvió a saber del San Ignacio de Loyola, ni cuándo, ni cómo, ni dónde naufragó, aunque se presupone fue en algún punto de la Costa Este de Uruguay, probablemente frente al Cabo Polonio, al chocar con un roquedal durante una tempestad, allá por el 5 de enero de 1806, cuando intentaba interceptar una fragata inglesa. No hubo supervivientes, y nunca se hallaron los cuerpos.
Con esta historia, los vascos celebraron con un brindis un nuevo aniversario de su institución que fue en la segunda mitad del siglo pasado una referencia para unir a los emigrantes en sus clásicos bailes de donde surgieron varias familias que poblaron esta tierra de acogida.
El próximo 20 de julio será la excusa para reunir a la familia del Euskaro, una paella vasca de campo por San Fermín y San Ignacio de Loyola, que se celebrará en la sede social de Bacigalupi 2219.