Herminia Alonso, una ‘anduriña’ gallega en Cuba que en octubre cumplirá 108 años

Llegó a la isla cuando tenía unos diez años procedente de Vigo

Herminia Alonso Prado.

Aquella brisa mañanera que le alborotaba su pelo todavía parece golpearle los recuerdos a Herminia. Aquella mole inmensa de hierro gris con bandera blanca, están hirsutos en su memoria. El bramar de la embarcación, casi ensordecedor, avisando el despegue del muelle. Aquellas figuras que se fueron achicando hasta solo permanecer una estela de espumas en el enorme ‘charco’. Todo parece ayer. Junto a su madrid y sus hermanos Manolo y José partió Herminia hacia la tierra de promisión, Cuba.

En las maletas de cartón, nada de gran valor material que no fuera la ropa imprescindible, estampitas de santos y un cuaderno de la escuela donde quedó un párrafo inconcluso de despedida de su maestra.

Herminia Alonso Prado, hija de José y Carmen, nació el 23 de octubre de 1906 en el municipio de Vigo, provincia de Pontevedra, en Galicia. Con sus casi 108 años es memoriosa y gusta de recordar sus aconteceres primigenios.

“Vine para Cuba cuando tenía unos 10 años de edad. Atrás dejaba mi casa donde había molinos para propulsar una moledora de maíz y un establo para guardar ganado que iba de paso para otros lugares. Con este quehacer mi madre aportaba para el pan, porque mi padre trabajaba como tenedor de libros, en un comercio del pueblo de Encrucijada, Las Villas.”

“Recuerdo las lomas de Oriente, cuando ya estábamos cerca de esta Isla. Desembarcamos en la ciudad de La Habana, donde monté carros eléctricos. Fuimos para un hotel hasta que mi padre nos mandó a buscar con un propio, porque no podía abandonar sus labores. Mi padre no me veía desde apenas nacida y sólo pude estar ocho meses junto a él, porque murió, cuando hacía carbón. Dos años después, quedé huérfana de madre.”

Así comenzó a transcurrir la vida de esta ‘anduriña’ que dejaba atrás un paisaje de mito y naturaleza diferente, una cultura y otra geografía. Si allá el tiempo y el mar moldeaban la roca a su antojo, ahora la tierra del trópico y su sol candente, la moldeaban para enfrentar los avatares de la vida.

Un tío la encaminó junto a sus hermanos españoles y cubanos. Y así creció e hizo su obra familiar. Muchas fueron las necesidades y miserias económicas que no le permitieron formalizar sus trámites de nacionalidad porque carecía del dinero requerido. Salió adelante, con ese tesón propio de los gallegos.

Hoy, Herminia habla de sus siete hijos, 12 nietos y algunos biznietos y tataranietos. En su hogar, ubicado en la Avenida 6  # 147, entre 1 y 3, ciudad de Jovellanos, a unos 54 kilómetros de la capital de Matanzas, recibe la atención periódica de la dirección de la Sociedad Gallega de Matanzas, y locuaz regala un recuerdo o una anécdota a los vecinos que frecuentemente la visitan.