«Su ímprobo trabajo fue pieza fundadora y fundamental para el reconocimiento oficial de la importancia de las comunidades gallegas en el exterior»

Artículo del secretario xeral da Emigración, Antonio Rodríguez Miranda, en memoria de Fernando Amarelo de Castro

Decir que es profundo el pesar por la muerte de Fernando Amarelo de Castro, exsecretario xeral de Relacións coas Comunidades Galegas, implica quedarse muy corto en la descripción de la tristeza que embarga hoy a gallegas y gallegos del mundo. También es tarea imposible resumir la absoluta admiración que por él sentíamos, sentimos, todas las personas que trabajaron y trabajamos por la diáspora gallega esparcida por los cinco continentes, que desarrollamos nuestra labor diaria con esa materia tan difícil de describir y de gestionar como es la ‘galleguidad’, a la que don Fernando supo dar cuerpo legal, jurídico y administrativo. Galicia dejaría de lado parte fundamental de su idiosincrasia obviando ese sentimiento, reconocido en el mayor de nuestros textos legales, el Estatuto de Autonomía. Porque Galicia no podría expresarse en toda su grandeza sin contar con los centenares de miles de paisanos que residen fuera. A esa Galicia exterior, tan importante en nuestra historia y en nuestro presente, tan indeleble en nuestro ADN como pueblo, destinó toda su fuerza y dedicó la parte más intensa de su vida don Fernando.

Su ímprobo trabajo fue pieza fundadora y fundamental para el reconocimiento oficial de la importancia de las comunidades gallegas en el exterior en el pasado, presente y futuro de nuestra tierra. A él se debe el diseño básico de muchas de las líneas de actuación, en pro de las y de los gallegos residentes fuera, que aún ahora se desarrollan desde la Administración autonómica, e incluso en la del Estado. La consolidación y crecimiento de esa gran red universal sobre la que reposan los sentimientos y lazos de las y de los gallegos desperdigados por el mundo es, en gran medida, producto directo del cariño y pasión con los que Fernando Amarelo de Castro llevó a cabo su tarea en la Xunta, y también en otras organizaciones públicas y privadas. Buena parte, en fin, del justo reconocimiento que la sociedad gallega ha hecho, hace y hará a sus paisanos en el exterior es consecuencia del abnegado trabajo de un hombre que, sin duda ninguna, forma ya parte indeleble de la Historia de Galicia, con mayúsculas.

Hace bien poco tuve la ocasión de escribir en una tribuna pública que, si hay una materia en la que Galicia puede sentirse orgullosa, es la solidaridad. Es necesario decirlo bien claro y alto: somos un pueblo solidario, con unas cuotas en este campo que ya habrían querido para sí las naciones más desarrolladas. Ningún otro pueblo ha demostrado esa capacidad para unir esfuerzos en favor de aquellos que menos tienen, de afrontar proyectos ambiciosos en el campo social y sanitario que, hoy en día, siguen siendo referentes en muchos países de América Latina. Ningún otro pueblo en el mundo ha sido capaz, tampoco, de involucrar a segundas generaciones, nacidas ya en la diáspora, en la cultura de sus padres y abuelos: cualquier gallego de bien se emociona al escuchar el sonido de la gaita que permanece, un siglo más, circulando por las venas de ciudades tan distantes y distintas como Buenos Aires, Londres, Montreal, Barcelona, Zürich.

Esa universalidad de nuestro sentimiento de pertenencia a un pueblo, sin renunciar a la plena integración en las sociedades de recepción, es característica intrínseca de la propia naturaleza gallega. Demostrada en distintos momentos históricos y en lugares y sociedades bien diferentes. A esa universalidad hubo un hombre que le dio cuerpo y nombre, y que fue quien de convencernos a todos de la necesidad de otorgarle la importancia y fuerza que merece. Ese hombre fue Fernando Amarelo de Castro, y hoy, con su fallecimiento, buena parte de esa universalidad queda huérfana.

Galicia y la ‘galleguidad’ no serían lo mismo sin don Fernando. No lo serían en el pasado ni en el presente, pero hoy me toca asumir que, en el futuro, echaremos de menos su sabio consejo a tiempo, su profundo conocimiento de nuestra diáspora, y el tesón y cariño dispuestos para cada ocasión en que la universalidad de nuestro pueblo requirió sus servicios.

Deseo de corazón que ese camino que él tejió, de solidaridad y hermandad, de alguna manera lo ayuden en este tránsito. Descanse en paz.

Y gracias por todo tu trabajo y todas tus enseñanzas, Fernando.

Antonio Rodríguez Miranda

Secretario Xeral da Emigración