Con la ley en la mano

¿Quién protege los derechos de los emigrantes?

Por Ricardo Martínez Barros

Akyarlar es un pequeño pueblo turco, ribereño del Mar Egeo, que forma parte de la península de Bodrum, la antigua Halicarnaso, patria del historiador y geógrafo Heródoto. Yo quise conocer aquel lugar, que se ha convertido en trending topic en estas últimas semanas, por mor de la tragedia reflejada en aquel cuerpecito inerte del niño sirio Aylan que yacía sobre una de las playas de ese lugar. A Bodrum se le denomina ‘la Marbella turca’. Y ciertamente la ‘marcha’ y el ritmo de fiesta que se palpa en este lugar, en donde se mezcla el rock progresivo con el dance, el tecno, las baladas y los mil géneros musicales que nos invaden, nada tiene que envidiar a cualquiera de las ciudades costeras del Mediterráneo. Y aquel frenesí de música, bailes y risas, se mezcla con las llamadas a la oración del almuédano que nos incita a recordar que hay Alguien más importante que nosotros y que al lado de ese mundo de la abundancia se desliza en la oscuridad el hambre, la miseria, la desesperación.

Bodrum no es más que el paradigma de un mundo ‘encontrado’. Tenía que ser la patria del ‘Padre de la Historia’ la que nos haya hecho recordar que los que huyen de su país o se ven obligados a dejarlo no son más que capítulos de una historia que se repite, “pues nadie duda que la inmigración es el fenómeno que ha dado vida a la Historia de la Humanidad”, por emplear las mismas palabras que el Premio Nobel turco, Orhan Pamuk, que, en un su fantástica novela ‘Una sensación extraña’, ambientada en la ciudad de Estambul, nos recuerda que la Historia está hecha a base de jirones de la piel de los inmigrantes.

Aquella noche vi como los proyectores de láser en colores que salían del otro lado de la bahía se confundían con los haces de luz blanca de la gendarmería de costas que barrían las oscuras aguas del Egeo en busca de seres desesperados que, como el niño Aylan, ansiaban llegar a la isla griega de Klos, como lugar de entrada en la UE. Y me hice una pregunta: ¿Quién protege los derechos de estos inmigrantes? Aylan, como tantos millones de inmigrantes, ni tenía derechos en su país ni los tendría en el país al que quería llegar.

Es cierto que el cadáver de aquel cuerpecito varado en la arena hizo remover muchas conciencias. Aquella foto vale más que cien mil palabras Sin embargo no tengo esperanza que una o mil fotos vayan a resolver el problema. Aquella foto ya ha dejado de estar en nuestra retina, porque vivimos mutaciones muy rápidas y sin control, y nuestras aptitudes individuales ya no se acomodan a ideales o programas políticos. Son las redes sociales las que con un simple like deciden lo que conviene en cada instante. Los gobiernos no son más que títeres sujetos a la moda impuesta por los impulsos de la técnica o presionados por los intereses de los ‘grupos’. Y en esta especie de caos o descontrol del individuo se me antoja muy difícil el pensar que haya alguien que proteja los derechos de los emigrantes, cuando realmente la emigración-inmigración es la que ha escrito la Historia de la Humanidad.

¿Qué hacer? Para mí, y ahora, sería suficiente que todos los gobiernos asumiesen que tienen un problema, y que es un problema universal. Y ese problema es la EMIGRACIóN- INMIGRACIóN, sea cual sea su origen, (motivos políticos, económicos o religiosos). Primero hay que asumir que existe ese gran problema y, segundo, tiene que haber una voluntad firme de dotar de instrumentos de protección a esos seres ‘desplazados’, y no solo por parte de los gobernantes de origen, sino también por parte de los gobernantes de los países receptores.

En Bodrum se ubicaba una de las siete maravillas del mundo, el MAUSOLEO, pero al cadáver del niño Aylan le bastó la orilla de una playa para construir su sepultura. Es la gran contradicción y enfrentamiento entre un mundo que sólo se inclina para observar su ombligo y aquel otro que se arrastra por la arena para tratar de sobrevivir ante la mirada fría de los plasmas y videos que sólo compiten por conseguir ser ‘trending topic’. ¿En dónde están y qué hacen los Organismos Internacionales? Desgraciadamente poco o nada, y cuando lo hacen llegan ya muy tarde. No es un tema que se resuelva a través de gestos populistas del individuo, es un problema universal y como tal ha de ser resuelto por todos. ¿Cómo? Esa es la cuestión.