Con la ley en la mano

¡A base de tiros, no!

Por Ricardo Martínez Barros

Nos estremecemos cuando vemos las imágenes del horror que provocan aquellos seres que enarbolan banderas de religión o de raza. Nos las sirven como un plato más de nuestro menú diario, sin opción a elaborar nuestra propia “carta”. Son platos “de sangre y venganza” que ya forman parte de nuestra dieta: “Hay que combatir al yihadismo, hay que erradicar a los violentos, hay que asesinar a los infieles…” Y casi nos da igual comer que no comer: Esta función vital ya no está entre nuestras preocupaciones.

Hace ya muchos lustros que las alarmas están saltando en mil lugares de los continentes. Hay ciudadanos desesperados que se cuelgan horas y horas de una verja metálica o se lanzan sobre cuatro tablas a atravesar aguas que los tragan y no avisan. Hay seres humanos a los que se les ignora y se les arroja en las redes del fanatismo. Hay demasiadas diferencias sociales y demasiados intereses blindados que impiden el acercarse a la realidad. Y esto no se arregla a base de tiros y de medidas extraordinarias.

Difícil es hacer bruñir las alertas cuando los oídos están taponados, y me temo que no haya intención de abrirlos, pese al gran estruendo que se está armando.

Dentro de muy pocos meses, casi ahora ya, habrá elecciones municipales y autonómicas en este país de emigrantes e inmigrantes. Son elecciones para los demás, porque difícilmente se puede hablar de participación electoral de la emigración, cuando su porcentaje no alcanza el 2%. Se han elaborado leyes, incluso se ha modificado la Ley electoral de 2011, se han creado registros de censados, por ejemplo el CERA (Centro Electoral de Residentes Ausentes), se ponen en marcha “caravanas de políticos” que visitan y ofrecen soluciones inalcanzables. Pero la realidad es que la odisea de un emigrante que quiera votar roza lo indescriptible: a) Inscripción en el censo electoral, b) solicitud de voto, c) emisión de voto, a veces con desplazamientos imposibles, d) envío de voto con el coste añadido, y e) rezar para que llegue a tiempo y sea validado. ¿A nadie se le ha ocurrido poner en práctica un sistema más ágil, barato y seguro en una sociedad que está mediatizada por los sistemas informáticos? ¿Alguien ha contabilizado las reclamaciones que obran en la Junta Electoral Central por los defectos y vicios del sistema español de votación de los emigrantes?

Oiga, que no es una cuestión de “derechas o izquierdas” o de “espejismos” que vuelven a hacer sonar el tan-tan de los Obama: Yes, we can (“Sí, podemos”). Es algo más serio y complejo. Es la necesidad de convencerse y convencer que “otras maneras son posibles”. No se puede estar invocando continuamente el texto constitucional para abortar cualquier propuesta de modificación de situaciones inadmisibles. Y cuando alguien intente manipular la autoría de este desaguisado, que recupere la sensatez y admita que la emigración no es un problema llegado con el último gobierno, sino que es un problema que no fueron capaces de resolverlo los gobiernos que nos han precedido. Baste analizar las distintas leyes electorales que nos hemos dado desde 1977, y veamos cómo los resultados de participación que desde entonces hubo y va a haber en mayo de 2015, para concluir que “o no hay interés” en solucionar este tema, o muy limitados son los que se encargan de diseñar el sistema que permita la participación masiva de los emigrantes

¿Por donde comenzamos? No lo sé. No me corresponde a mi diseñar lo que es tarea de un equipo. Pero yo aconsejaría que, primero, se admita que hay un serio problema, segundo, que este problema tiene solución, y tercero, que esa solución no se logra a tiros, sino con el dialogo y la comprensión de todas las posturas, incluso de las destructivas.